sábado, 30 de septiembre de 2006

El tiempo de las cerezas

La noticia provocó un buen número de levantamientos de ceja: dos de los malditos más ilustres del panorama musical español unían fuerzas para grabar un disco conjunto. Bunbury lleva años intentando escapar de su etapa como impersonator de Jim Morrison, buscando referencias en lugares tan alejados del rock mesiánico-onanista que le ha hecho popular incluso en Alemania como el folklore balcánico o el mismísimo Raphael, y viendo como cada uno de sus esfuerzos generaba cada vez menos entusiasmo entre público y crítica. Nacho Vegas, sin embargo, contó desde el principio con el apoyo de la crítica especializada, que salivaba ante cada uno de sus lanzamientos a pesar de ciertos defectillos como unas influencias demasiado obvias (se podía intuir en quién estaba pensando a la hora de componer cada canción) y un exceso de malditismo, corriendo por momentos el peligro de acabar siendo devorado por su propio personaje. De todas formas, el tiempo ha dado la razón a dicho sector de la crítica, y Nacho Vegas ha pulido su discurso dando momentos tan memorables como el EP “Miedo al zumbido de los mosquitos” o el que hasta ahora es su disco más completo: “Desaparezca aquí”.

El primer objetivo parece cumplido: muchos lectores del EP3 han oído por primera vez el nombre de Nacho Vegas y muchos modernillos escucharán de nuevo y con coartada algo de Bunbury desde aquellos tiempos en que tararearan “Entre dos tierras” en los bares de su adolescencia. “El tiempo de las cerezas” es un split en cada regla: las impares para Vegas y las pares para Bunbury, a pesar de lo cual el disco acaba resultando extrañamente homogéneo. Cada uno parece componer con un ojo puesto en los fans de su partenaire, y un mismo personaje parece ser el protagonista de todas las canciones: el artista descreído, perdedor y de vuelta de todo, sensible y vapuleado por el pérfido sexo fuerte, que diría Ana Obregón. Como ya se esperaba, Nacho Vegas se muestra como mejor compositor y letrista (esas frases en inglés que Bunbury mete con calzador, esa “Welcome to el callejón sin salida” y su escritura automática algo tópica) y Bunbury como mejor intérprete (“Bravo” es una canción de Bunbury y para Bunbury, o como mucho para Raphael). A pesar de todo, también incluyen pequeños guiños a sus fans (“La fin”, segunda parte de la estupenda “Añada de Ana la friolera”). Musicalmente, se trata de rock clásico con apuntes de folk, tango, fifties, etc. que parece mirarse de reojo en el “Honestidad Brutal” de Calamaro (¿o la referencia al clonazepán es casual?), y Tom Waits se coloca en cabeza como artista más referenciado: al menos tres canciones lo “homenajean” descaradamente.

El principal problema de “El tiempo de las cerezas” es que el conjunto no supera a la suma de las partes: no hay ningún “El ángel Simón”, ningún “El hombre que conoció a Michi Panero” o “En la sed mortal”, ningún “El extranjero” o “Pequeño”. Da la sensación de que, si se separaran las canciones, se obtendrían dos discos individuales ligeramente inferiores a lo que cada uno ofrece ya en solitario. En definitiva, un disco correcto, bueno a ratos, que, mucho me temo, no ayudará a desplazar ni un milímetro la posición de cada uno de los implicados dentro del desolador panorama del rock en castellano. Buen intento, aún así. 6

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jueves, 28 de septiembre de 2006

La historia de mi bisabuelo.

Os presento a mis bisabuelos. Hace unas semanas estuve en Murcia y me encontré con esta foto, que había estado dando vueltas por casa de mi abuela. Me llamó mucho la atención ese bigote engominado. ¿Verdad que es increíble? Al observar a mi bisabuelo con atención me di cuenta de que no sabía nada de él: apenas el nombre y un par de anécdotas. Entonces le pregunté a mi abuela, y ella me contó una historia impresionante. A ver qué os parece.
Se llamaba Ricardo y había nacido en Santomera, Murcia, en 1881 (sólo tres años antes de que Clarín publicase La Regenta). De joven tuvo que ser un tipo listo y con ganas de aprender, porque todos los días se iba andando a la universidad, que estaba a 16 kilómetros de su casa. Así consiguió sacarse el título de magisterio y comenzó a ejercer en San Javier, otro pueblo de Murcia. Cuando tenía 26 años se casó con mi bisabuela, que es la señora de la foto, y a partir de ese momento el matrimonio comenzó un periplo por España. De San Javier, Ricardo fue trasladado a Alzira, en Valencia, y desde allí a Albacete.
Precisamente en Albacete es donde se hicieron esta foto, en el estudio que un tal Elías Bueno tenía en el número 7 de la Calle Mayor. Corría el año 1921 y España acabada de meterse un ostión del carajo en Annual, donde miles de bereberes cabreadísimos machacaron a unos cuantos soldaditos con pretensiones sobre su tierra. Resulta curioso que mis bisabuelos aparezcan así, tan panchos, mientras el país se iba al garete y se gestaba el golpe de estado de Primo de Rivera.
En 1922, un año más tarde, tuvo lugar uno de los episodios más espeluznantes de su vida. Desde Albacete, el matrimonio se había trasladado a Alicante, y desde allí se mudaron una vez más, ahora a Madrid. Para entonces ya tenían tres hijos: un niño de catorce, una niña de doce (mi abuela) y otra niña de año y medio que se llamaba Maruja. El mismo día que llegaron, la pequeña se puso enferma. No conocían a nadie y el ambiente debía de estar bastante revuelto, así que apenas pudieron hacer por ella: poco tiempo después, la niña moría. ¿Os imagináis cómo debieron de sentirse? A mí me impresiona imaginarles allí, en una ciudad tan grande, extraña y convulsa, velando el cadáver de una chiquilla sin más compañía que la de los otros hijos, unos críos. El impacto debió de ser tan grande que luego, cuando años más tarde tuvieron otra hija, la bautizaron Maruja en honor de la muerta. Pero la vida es una broma pesada, la más pesada de todas: la segunda Maruja también murió y ahora descansa con su hermana en algún cementerio de Madrid, sin que nadie sepa muy bien cuál.
En 1931 llega la II República. Ricardo pertenece a un partido de izquierdas y es nombrado Secretario de la Asociación Nacional del Magisterio, un cargo con cierta importancia. Tendrá que trasladarse a Sevilla. Esta vez, sin embargo, lo hará sin mi abuela, que está estudiando en la universidad para ser maestra como él. La familia se separa: unos se van a Andalucía y ella, la hija, termina regresando a Murcia, la tierra de sus padres. Sólo volverán a reunirse en 1936, cuando se casa con mi abuelo. Ricardo y su esposa vinieron desde Sevilla justo en el momento en que estalló la Guerra Civil. España se dividió en dos zonas y ellos ya no pudieron volver: se quedaron atrapados en casa de su hija. Años después bromearían con este incidente: “nunca hubo invitados que se alargaran tanto tiempo”.
Como es lógico, la guerra afectó a la familia. Inmediatamente después de la boda, mi abuelo tuvo que partir hacia el frente, a luchar en Madrid y junto al Ebro. Su mujer y sus suegros se quedaron en otro municipio de Murcia: Espinardo. Para entonces mi abuela ya se había sacado una plaza y era una de las tres maestras que había en el pueblo. El ambiente allí también estaba bastante agitado. Los izquierdistas más exaltados, movidos por un sentimiento de revancha de clase, fusilaban cada noche a algún pez gordo. Ricardo tenía un parentesco lejano con el cura, y como además gozaba de una relativa prosperidad económica, muy pronto le echaron el ojo. Un día aparecieron unos cuantos tipos con fusiles: habían venido a buscarle. Su mujer y su hija suplicaron llorando que no se lo llevaran, pero ellos estaban decididos. Eran gente humilde y bruta, campesinos resentidos por años de desigualdades y de envidia. No estaban dispuestos a dejarse enternecer por cuatro lágrimas. Pero la suerte, aunque parezca echada, siempre tiene dos caras: de repente, uno de aquellos tipos rudos reconoció a mi abuela porque era la maestra de sus hijos. En aquella época los profesores eran casi santos porque ayudaban a la alfabetización y el progreso de las clases populares. En un instante detuvo a sus compañeros y les dijo que no, que “aquella era la casa de la maestra y que allí no tenían nada que hacer”. Y se fueron. Todavía hoy, cuando pienso en esta historia, se me ponen los pelos de punta.
A partir de aquí todo vuelve a ser más o menos normal. Después de la guerra, Ricardo recuperó su trabajo de profesor en Sevilla. Allí estuvo hasta que se jubiló, y entonces regresó a su tierra. Tenía 70 años y corrían los años cincuenta del franquismo. En Murcia vivió con la familia de su hija, que era, a su vez, la familia de mi padre. Y justo cuando mi padre se iba a casar, allá por 1974, Ricardo se murió. Su mujer, a la cual yo conocí de niño, sólo le sobrevivió cinco años. Pero la historia no termina aquí, qué va. Algún tiempo más tarde, el ayuntamiento de Santomera puso su nombre a un colegio público. ¿Sabéis por qué? ¡Porque había sido la primera persona del pueblo que obtuvo un título universitario! Me gusta pensar que desde entonces, todos los chavales han estudiado en un colegio que le recuerda. Después de una vida así, es una bonita forma de pasar a la historia, ¿no?

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miércoles, 27 de septiembre de 2006

Antes del amanecer. Antes del atardecer.

Menuda estupidez, ser dogmático. Se pasa uno años forjando una personalidad a base de ideas firmes y convicciones invariables para que luego, a la primera de cambio, cualquier circunstancia te desmonte el tenderete. En materia de cine, ya lo sabéis, yo soy más proclive al credo estético que a la improvisación del gusto. Siempre he tenido una serie de prejuicios muy, muy concretos: no me gustan las películas de diálogos porque pienso que son un mero teatro filmado, odio las películas de actores porque creo que el único mérito específicamente cinematográfico sólo puede ser del director y, sobre todo, abomino de las películas que reflexionan sobre la vida porque me parecen pretenciosas. Pero, como os decía, los dogmas son una gilipollez. Esta semana he visto Antes del amanecer (1995) y Antes del atardecer (2004), de Richard Lindlaker, y me he comido mis propias ideas. Algo tan sencillo como la historia de una mujer y un hombre que sólo pasan juntos una noche (en la primera parte) y una tarde (en la segunda parte, rodada con los mismos actores y los mismos personajes diez años más tarde) me ha roto los esquemas. A ver si consigo explicaros por qué:

UNO: Las películas de diálogos.
Si dos personajes están hablando, lo más probable es que no puedan hacer nada más. Sobre todo si están teniendo una conversación trascendente. Hay honrosas excepciones como Tarantino, que ha hecho del arte del diálogo una categoría fílmica con entidad propia, pero en general la cosa suele quedar en una tediosa alternancia de planos medios. El espectador sólo tiene que preocuparse por seguir la conversación. Lo que se valora es el ingenio, y al final siempre terminamos con una sucesión de monólogos en la pantalla. Pero nadie se acuerda de que lo que estamos viendo es CINE, cojones, que no estamos en el teatro. ¿Qué pasa con el director? ¿Para eso se ha montado un set, para eso se ha rodado durante semanas? No, no, no. Si yo pago una entrada de cine, lo que quiero ver es una historia FILMADA con recursos cinematográficos, y no voy a conformarme con dos bustos parlantes.
A priori, tanto Antes del amanecer como Antes del atardecer cumplen todos los requisitos para cagarla precisamente por exceso de verborrea. Al fin y al cabo, lo único que hacen los personajes es hablar, hablar y hablar. Y sin embargo, me ha gustado. ¿Por qué? Básicamente, porque en todo momento he tenido la impresión de que esos diálogos estaban bien filmados, de que el director era consciente de lo que estaba haciendo. Hay una escena en la primera parte, por ejemplo, cuando los personajes se suben a un tranvía, que está rodada en un solo plano. Durante cinco o diez minutos, la cámara permanece quieta y sólo los actores interpretan. Vosotros podríais decir que eso es precisamente lo que yo odio, el teatro filmado, pero os equivocáis. En este caso concreto tengo la impresión de que Richard Lindlater ha escogido conscientemente una opción fílmica concreta que supone, además, un reto para todo el equipo de rodaje. Y lo ha hecho en esa única secuencia, sin repetir la fórmula en el resto de la película. Cuando toque otra escena adoptará una actitud diferente, experimentará una forma nueva de enfrentarse al diálogo. Y eso es lo que yo valoro: la experimentación.
Sin embargo, lo mejor de estas dos historias es el manejo del tiempo. En Antes del amanecer toda la acción transcurre en una noche, pero en Antes del atardecer ocurre en tiempo real. Las dos horas de la película son las dos horas que pasan juntos los dos personajes, ni un minuto más. ¿Sabéis lo difícil que resulta conseguir que un planteamiento como ése tenga ritmo? Por supuesto, la agilidad del diálogo es fundamental, pero la puesta en escena y la forma en que todo esto se graba también son importantes. Richard Lindlater se enfrenta a ello con una elegante sobriedad, sin abusar de los movimientos de cámara ni de los cambios de plano, y sin embargo consigue contar su historia con una fluidez asombrosa. Ahí tenemos a un señor director.

DOS: Las películas de actores.
Cuando alguien me dice que una película le ha gustado por los actores, pensaré lo mismo que cuando alguien me dice que otra película le ha gustado por la fotografía de paisajes: que se compre una postal y ya está. ¿Acaso hay algo más estúpido que ver una película por el actor que la interpreta? Je, je, me río sólo de pensarlo. Para mí, ensalzar el trabajo de un actor equivale casi matemáticamente a quitar mérito al director. Los actores, ya lo decía Hitchcock, tienen que limitarse a ser peleles en manos del jefe. Es él, y sólo él, quien maneja el cotarro. Si sabe filmar bien su historia, lo mismo le habría dado hacerlo con gente que se hubiera encontrado en el metro. La interpretación, lo confieso, apenas me despierta admiración: creo que es una habilidad y punto.
Los actores de Antes del amanecer y de Antes del atardecer son Julie Delpy y Ethan Hawke. Ninguno ha destacado jamás por sus dotes interpretativas, ni creo que lo haga, pero la película no habría sido lo mismo sin ellos. Entre los dos existe una química tal, que uno ni se acuerda de la presencia del director. Y cuando se acuerda, es para darle las gracias por haberles permitido lucirse. ¡Gracias, Richard Lindlater, por esa magistral secuencia de la escalera en Antes del atardecer, que tan fácil le pone el trabajo a Ethan y Julie! Los dos personajes suben, en silencio, una escalera. La cámara les precede, sin cortar el plano para mantener la tensión, durante tres o cuatro interminables minutos. El resto queda en manos de los actores, y ellos, sin hablar, consiguen generar un memorable ambiente de deseo y calentón sexual. Por supuesto, podríamos reducir todo el asunto a eso de la química, al hecho de que dos personas peguen juntas, pero no. En este caso concreto, los dos actores son mucho más que dos caras bien avenidas en el cartel de la película. Los personajes son su creación, hasta el punto de que Ethan Hawke y Julie Delpy figuran incluso como autores del guión. Todos mis respetos, por tanto.

TRES: Las películas que reflexionan sobre la vida. Definitivamente, los grandes temas de conversación (la vida, la muerte, el amor, Dios…) deberían quedar confinados a los bares, los coches y las almohadas. En cuanto alguien los eleva a una pantalla, qué queréis que os diga, me salen sarpullidos. En el fondo, mi planteamiento es profundamente democrático: como nadie, en el fondo, tiene ni puta idea, entonces todas las opiniones valen. Es más: creo que lo divertido de estos grandes temas es precisamente hablar sobre ellos, y no limitarse a escuchar. Por eso me irrita que cualquier listillo, sólo por el hecho de tener a doscientas personas con la mejor predisposición del mundo en una sala oscura, llegue y nos suelte su particular visión sobre el asunto. ¿Quién te crees que eres, mendrugo?
Precisamente por todo esto, creo que tanto Antes del amanecer como Antes del atardecer se salvan de la caer en la más grosera pretenciosidad. En las dos películas se diserta sobre la vida, incluso se rozan los límites de la pedantería, pero aun así la cosa me parece aceptable. ¿Por qué? Básicamente, como decía, porque no hay monólogos: sólo diálogos. Nadie tiene la razón. Los personajes ni siquiera opinan, sino que se limitan a aventurar opiniones. ¿Comprendéis? Y es precisamente eso lo que les dota de una humanidad enternecedora, lo que les hace más cercanos. En el fondo, lo que tenemos aquí es a dos personas acojonadas; dos pobres diablos que tratan de enfrentarse a la vida de la mejor manera posible, pero que nunca están seguros de estar haciéndolo bien. Ellos, que están de bares, pueden manifestar sus dudas y no resulta forzado. Y yo, como no me atrevo a escribir sobre la vida, utilizo el cine como metáfora. No hay fórmulas, no hay dogmas.

¿Os acordáis?

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lunes, 25 de septiembre de 2006

George Galloway

Posiblemente el post más corto del mundo, pero el más "nutritivo". Ya era hora de que alguien dijera las cosas claras, joder.
http://www.escolar.net/MT/archives/2006/08/las_entrevistas.html

Magapola

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La joven del agua.

Quiero hablaros sobre el placer de sentirse listo. ¿Habéis visto alguna vez una de esas películas “que te tienen que explicar”? Seguro que sí. Son ésas que, cuando sales del cine, necesitas que alguien te ayude a entenderlas. Y la diversión consiste precisamente en eso: en reconstruir el puzzle que te han puesto en la pantalla. Si lo consigues, sientes un placer inefable. ¡El placer de ser listo! No hay sensación más deliciosa, y el director M. Night Shyamalan lo sabe. Por eso en todas sus películas recurre precisamente a ese truco: te enreda para que PIENSES porque sabe que al final, cuando COMPRENDAS, te vas a sentir de puta madre. ¡Alimenta nuestra autoestima! Empezó a hacerlo en su tercera película, El sexto sentido (1999), y desde entonces ha venido jugando con nuestro cerebro para alimentar nuestro ego. Hasta aquí todo bien, pero hay un problema: si Shyamalan sabe cuánto nos gusta sentirnos listos es porque él también ha probado esa miel. Y claro, le ha pasado lo que a cualquier hijo de vecino: que se ha enganchado. Ahora es el primero que disfruta sintiéndose listo. Y su cine ha pasado de ser un juego a ser un ejercicio de onanismo. O dicho de un modo terriblemente vulgar: lo que antes era un polvo, ahora sólo es una paja. En su última película, La joven del agua (2006), M. Night Shyamalan se ha deleitado tanto con su propio cerebro… que nos ha dejado a todos fuera, sin diversión. Os voy a contar por qué.

En esencia, La joven del agua es un cuento. La típica historia de un espíritu bueno que aparece y hace que todo el mundo se vuelva bueno como él. Pero que nadie se confunda, que los cuentos no son una cosa simple. Detrás de ellos hay toda una maraña de hilos que mueven a los personajes. Hasta ahora, M. Night Shyamalan manejaba estos cables con oficio de titiritero, y por eso sus historias nos dejaban así de contentos. Pero en La joven del agua no se ha conformado con quedarse detrás del telón, en el triste y gris anonimato de las tramoyas. En lugar de eso, ha preferido encender las luces para que le veamos mover los hilos, para que veamos lo hábil (listo) que es. Y así, lo que podría haber sido sólo un cuento, ha acabado siendo mucho más: ¡un METACUENTO! ¡Un cuento con el culo al aire! Algo así como una mezcla entre E.T. -que es un gran cuento- y Scary Movie -que es una gran reflexión sobre el arte de contar cuentos-.

La cosa podía haber salido bien, pero a Shyamalan le ha salido el tiro por la culata. Obsesionado por ser listo, se le ha olvidado que la verdadera conquista no está en la inteligencia sino en la simplicidad. E.T. nos encanta y no necesitamos que nos digan por qué, ¿verdad? No necesitamos que alguien nos recuerde que en realidad sólo se trata de un cuento inteligente, que los personajes son de una determinada manera porque sólo así funciona la historia. Vemos la fábula del extraterrestre cabezón, nos encanta y, a partir de ahí, admiramos a Spielberg. El director indio, por muy listo que sea, no ha entendido esta sencilla aritmética de la admiración. El ego le ha jugado una mala pasada y, en lugar de esforzarse por contar una historia, se ha esforzado por que nosotros sepamos cómo nos la cuenta… para que le admiremos. ¿El resultado? Ya podéis imaginaros: el guión, que debería ser simple y claro, se complica hasta el aturdimiento para mostrarse a sí mismo como tal; y los personajes se quedan en caricaturas porque lo único importante es que comprendamos el papel que juegan, no su profundidad psicológica.

Lo peor de todo, sin embargo, es que el inconcebible ego de Shyamalan ha ido mucho más lejos. ¡Ha llegado hasta el mesianismo! “Ya que estoy haciendo un cuento”, debió de decirse, “¿por qué no convertirlo en una parábola sobre la vida? Después de todo, muchos cuentos ocultan moralejas y lecciones, ¿no?”. Pues bien, querido Shyamalan, cuando las parábolas están bien hechas, cada uno puede interpretarlas a su manera y siempre sacará conclusiones enriquecedoras. Pero cuando el tipo que escribe la parábola sólo está atento a la forma, como es tu caso en La joven del agua, entonces su sentido no pasará de ser ramplón. Has querido hacer que viéramos el mundo desde los ojos de un niño pero nos has tratado como a críos. No sólo no me ha gustado tu película sino que, además, la estoy poniendo a caer de un burro aquí, en Sindrogámico. Y no te imaginas lo listo que me siento al hacerlo, querido. Me da un gustirrinín…

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viernes, 22 de septiembre de 2006

La Sirena Griega de Álvaro Cunqueiro

Llevaba ya tiempo pensando en honrar y homenajear la escritura de Álvaro Cunqueiro, poeta, novelista, ensayista, periodista y no sé cuántas cosas más, desde que releí Las Crónicas del Sochantre, gracias a mi viaje por Galicia y a una conversación en particular.

Ahora leo su Merlín y Familia y reproduzco dos fragmetos de La sirena griega, que escogidos casi "al azar", creo que reflejan bien su estilo, su amor por la palabra, su fantástica imaginación, su sentido del humor, y su siempre tierna nostalgia.

"- En esto estoy – respondió don Merlín-, que no es fácil que estas pierdan el puteo, aunque figuren de conversas. Una conocí que se quería envenenar porque también se le muriera el amigo, tiple segundo que fuera en la Capilla Romana, y la doña sirena decía que no podría vivir sin aquel dúo que hacían, y los tallarines que su hombre le cocinaba los domingos. Me mandó recado escrito pidiéndome un jarabe resolutivo, y cuando le mandé decir que no, ya estaba amancebada con el ayudante de marina de Honfleur, quien le puso una cetárea, y de entonces a estas vísperas ya mudó más de cuatro capataces, y todos con cama deshecha, perdonando. ¡Aun me quiso trasegar a mí en un verano que fui al arenal de Calais a tomar un pediluvio!"
...
"Agradeció mi amo el regalo, Teófilos se tumbó en el arca a echar una sonata, y don Merlín y yo nos fuimos a nuestros lechos, tras hacer una gran reverencia a la famosa sirena. Y mentiría si dijese que pude dormir aquella noche con aquella fiebre continua e inquieta que se me puso en el cuerpo: un sentir loco que me mordió muchos días, y aún ahora que viejo voy, por veces me distrae, y me vuelvo porque me parece que escucho en el agua que pasa aquel manso decir cantor que ella tenía, y me dio en verso, y a mí mismo, loco, burlándome, en la ocasión me pregunto: ¿qué me quieres, Amor?"

Fantástico autor al que leer.

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miércoles, 20 de septiembre de 2006

Videos Musicales

Llevo ya tiempo queriendo escribir algo acerca de mi nuevo adaptador TDT que me regalaron mis excompañeros. Además de hacer más duradero mi continuo ejercicio del zapping, también me he reencontrado con canales musicales donde ver videos musicales, o video clips, según para quién, actividad ya olvidada para mi desde mi lejana y fiel etapa como seguidor de la MTV, aquella que emitía programas tales como 120 Minutes o Alternative Nation. No alcanzando los niveles de calidad que yo le atribuiría a una buena cadena musical, he encontrado dos, Telehit y Flymusic, especialmente ésta última, donde puedo deleitarme de nuevo con videos musicales. Anoche encadené unos cuantos interesantes de Pastora, Franz Ferdinand, Wolf Parade, Two Gallants,..., y otros tantos grupos que no conocía y que resultaban interesantes, hasta que llegaron los Red Hot Chilli Peppers y todo cambió

En cualquier caso, soy feliz. Vuelvo a ver videos musicales.

MTV Latino es pura bazofia. Todo suena igual. De mal, claro.

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jueves, 14 de septiembre de 2006

Han tapiado la puerta del Razzmatazz con todos dentro, la han tapiado, la han tapiado y nadie se ha dado cuenta

Sí, este es el estribillo de una de las últimas canciones de MegAfonía, a los que no conocía hasta ayer, y es que mi móvil con radio mola mucho por las mañana en el autobús. No tengo tiempo para mirar mucho en la red sobre este grupo, así que si alguien me puede decir algo de ellos, se lo agradeceré. Para el que quiera la letra de la canción entera, que no tiene desperdicio, ya alguien se ha molestado en escribirla.

Magapola

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martes, 12 de septiembre de 2006

Las arrugas

Ayer Santi, el hijo de tres años de mi compañera de trabajo Araceli, se encontró a su padre planchando cuando volvió de su primer día de colegio. Después de quedarse un rato mirándole, le preguntó:
-Papá, ¿a dónde van las arrugas?
Pero nadie ha sabido darle una respuesta.
¿Alguien lo sabe?
El niño sigue esperando.

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Yo lo que yo estoy es enemorada… Me he enamorado de algo parecido a la felicidad, de ese acento checo, de lo que se escucha sin decirse, de su timidez, de las lágrimas que no se ven pero se oyen y de las risas escondidas en las bocas que besan, de lo feo que tiene el intento incesante por ser feliz… Me he enamorado.

Magapola

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lunes, 11 de septiembre de 2006

Anadja y el sexo (en el cine).

"Como decíamos ayer" el cine es cine. Llámalo pornográfico o lo que quieras. Y así debería de ser, aunque no sea. Yo, la verdad, estoy deseando ver la película que recomendaba Mikto, me encantó "Hedwig and the angry inch", menos mal que por fin alguien la ha visto, no sabéis cuántas veces intenté comentar apasionadamente este delirio musical sin obtener respuesta, parecía que sólo unos pocos privilegiados la habíamos ido a ver....
Al igual que no pocas veces me he preguntado por qué no existen películas "porno" (¿y qué será el porno?) que sean verdadero cine. En la sección llamada "erótica" que no "X" de la Fnac encuentras desde "El imperio de los sentidos" y "Emmanuelle", hasta "9 songs" e incluso "Lucía y el sexo"!!!!????. Éstas dos últimas no sé si son intentos de no se el qué. Winterbottom me gusta y al menos arriesga, aunque a veces diluya un poco su mensaje en pura estética o aunque no logre desarrollar sus buenas ideas de manera redonda.
Y en verdad os digo, a mi "9 Songs" me "puso". No puede decirse que yo haya visto porno, pero lo que vi en esta peli, me excitó mucho más que lo poco que haya podido intuir del género. Al menos está bien rodada, tiene música, intenta "contar algo" (más bien poco) más allá del sexo explícito.
¿Creéis que el porno se democratizará alguna vez para llegar, no sólo a los cinéfilos sino a muchos hombres y sobre todo a muchas MUJERES a las que el Canal 7, y las pelis del Private y el Penthouse robadas del cajón secreto de nuestros padres nos dejan completamente indiferentes?
¿Se harán realidad las predicciones de Mikto?

Siempre nos quedará el cine a secas, la máxima tan cacareada en el mundo de la cinematografía de que lo importante es sugerir, es perfectamente aplicable al sexo, ¿acaso no consiste en eso el erotismo?.
Yo os invito a confesar, que para eso estamos en un canal de exhibicionismo puro y duro, cuáles han sido los momentos cinematográficos que más os han hecho juntar las piernas, desde los añejos ochenta, con los brazos desnudos de Patrick Swayze, hasta el morboso episodio de Lula y Bobby Peru en Corazón Salvaje en el que el villano de dientes podridos consigue arrancarla a la bella sinuoso "fuck me", pasando por el polvo que se echa Christian Slater con una campesina en "El nombre de la rosa"..........................

Hala, dadle un poco al coco, echad a volad la imaginación en este lunes tan insulso y no me decepcionéis.

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De cómo hacerse famoso

Erasé una vez en los vestuarios de la selección española cuando de repente se escuchó una canción… Una canción con una letra que encanta a los niños de diez años puede resultar una genialidad (para mí, bien sûr) cantada por un tipo como Riki López. Y es que su cara vale más que mil palabras. Y si no me creeis, mirad y escuchad por vosotros mismos, andad, pinchad ici.

Magapola

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viernes, 8 de septiembre de 2006

El cine que pudo ser y no fue

¿Te gusta el "cine" pornográfico?, ¿te gusta el cine? Puede que la película motivo del post sea las dos cosas a la vez, o alguna de las dos, o ni lo uno ni lo otro, o puede incluso que sea una indeterminada cuarta cosa, todo depende de la película en cuestión, y de ciertos líos semánticos que quizás se vuelvan jeroglíficos. Para dar opiniones habrá que esperar hasta el otoño. Su estreno, el 6 de octubre de 2006 en los Estados Unidos. Aún no hay fecha prevista para España. La película ya se pudo ver este año en el Festival de Cannes fuera de concurso.

¿Recordáis esa maravillosa orgía musical y bizarra llamada Hedwig and the angry inch de John Cameron Mitchell?, pues bien, Shortbus será el segundo largometraje del director. ¿Qué decir del nuevo desafío?, vean ustedes mismos el trailer y esperen unos meses a su estreno, si es que desean ver un nuevo experimento de cine con escenas explícitas de sexo y un buen guión, o un intento de ello. Para intentos, varios se podrían citar, uno reciente: la fallida Nine songs del gran Michael Winterbottom, un compendio de actuaciones musicales rodadas sin gracia, escenas de sexo ajadas y conversaciones pobres e intrascendentes que hacen de los personajes seres vacíos y faltos de caracterización. Al menos, él lo intentó, lo cual es francamente plausible.

¿Qué será de Shortbus?, pasen y vean, los trailers esperan... por cierto, los trailers, no los de la película en cuestión sino todos en su generalidad, son como las palomitas en un cine, tan molestas e incómodas para el de al lado, como incapacitadoras parcial o totalmente para la visión libre de contaminación de la película, aunque quizás muchos piensen que un cine sin palomitas no puede financiarse, como una película tampoco podrá recuperar su financiación en la taquilla sin su trailer, como que el crujir y mascar de unas palomitas no produce despiste alguno sino todo lo contrario, ¿y qué demonios hago yo recomendándoles ver un trailer si los considero perniciosos?, incongruencias propias aparte, aquí está el trailer implícito, y aquí el trailer explícito, sí, dos versiones ¿?

El cine que pudo ser y no fue, el llamado "cine" pornográfico, quizás pueda empezar a ser algo más en esencia, y algo menos en escritura: cine, sin comillas, sin pornográfico, porque el cine, si es cine, cine, y simplemente cine, en su esencia es. El otoño nos dirá.


Mikto kuai

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miércoles, 6 de septiembre de 2006

Alatriste.

Mucho se habla estos días del último gran estreno nacional: Alatriste. España ha regresado a su Siglo de Oro para -cargadita de oro- demostrar al mundo que si entonces pintábamos, hoy filmamos. Vamos, que donde hubo un Velázquez bien puede haber hoy un Díaz Yanes, o Pérez Revertes en lugar de Quevedos. ¡Y que todo el mundo se entere! Así, llenos de orgullo patrio, levantamos nuestras picas y llegamos no sólo a las portadas de las revistas de verano, sino también a los cines de ídem. Y claro, como no podía ser de otra forma, también a Sindrogámico. Yo, que ando por las playas perdido en compañía de Clarín, me he contagiado de su afán por denunciar sandeces. Luciendo humildad, pues, me dispongo a contaros por qué NO DEBÉIS ver este nuevo disparate de nuestra cartelera. Lo cual, para que nos entendamos, se podría sintetizar en un solo motivo: porque es una superproducción.
Eso sí, que ningún integrista de lo alternativo se frote las manos, que aquí no vamos a arremeter contra las cosas sólo porque apesten a dinero. ¡No! Si me irritan las superproducciones es sobre todo por el componente megalómano que tienen. La gente se forra de oro, ya lo decíamos antes, y pierde el rumbo. Pasó entonces y pasa ahora. En lo único que hemos terminado imitando a los Austrias ha sido en la desmedida ambición... y en el consiguiente descalabro. Bienaventurados los que aspiran a poco, porque esos tendrán más posibilidades de conseguirlo. Agustín Diaz Yanes ha querido llegar a lo más alto y se ha metido un hostión de cojones. Ha querido poner la guinda con todos los aspectos de su película y, precisamente por eso, el pastel se hace indigesto. Veamos cómo.
1-. El planteamiento. Alatriste, como sabéis, es una adaptación de las novelas de Pérez Reverte sobre un espadachín pendenciero y noblote del siglo XVII. En total, según tengo entendido, la serie está compuesta por cinco títulos. Y Agustín Diaz Yanes, enfermo de pretensiones, los ha adaptado todos. ¡Todos! ¿Consecuencia? Con tanta historia… se ha quedado sin historia. Alatriste se nos presenta como una sucesión de episodios inconexos cuyo seguimiento llega a ser un suplicio para el espectador. Cada novela ha terminado siendo una anécdota o dos, sin prestar atención al hilo argumental general. Ya lo dijo el refranero: "quien mucho abarca, poco aprieta". Por no entender, ni siquiera se entiende quién es el malo... o lo que quiere. ¡Cuánto se echa de menos el viejo truco de la música de Darth Vader! ¡Amemos el maniqueísmo!
2-. El casting. Seguro que pensáis que la gran cagada tiene que ver con la elección de Aragorn para el papel de Capitán Alatriste. El actor, por mucho español que sepa, parece que está estreñido (o con diarrea) cada vez que abre la boca. Y eso jode. Pero no jode tanto como lo que ha ocurrido con los secundarios. De todos es sabido que el cine español es una gran familia, ¿no? Pues bien: en cuanto hay millones, toca compartirlos. El reparto de Alatriste parece una velada dominical en el salón de Parada, con todos los amigotes columpiándose a mayor salud de nuestras películas. Pero en ésta, señores, el fenómeno ha alcanzado cotas de absurdo. Cuando uno ve a Blanca Portillo interpretando a un hombre, tiene la sensación de que faltaban papeles para tantos candidatos. La mismísima Pilar López de Ayala, antaño laureada por aquella locura pajillera de Juana la Loca, ha tenido que conformarse con un papel insignificante. Y eso, queridos míos, en mi mundo se llama cameo. Igualito que en Torrente. Si además le añades el vestuario, entonces la catástrofe se convierte en carnaval. Regla de oro: en una película de época, cuanto menos conocido sea el actor, menos probabilidades tendrás de que parezca disfrazado. En el caso de Javier Cámara daba igual, que por algo es el único actor del mundo IMPOSIBLE DE CARACTERIZAR. Pero en el resto… No tengo palabras para el Quevedo desmelenado de Juan Echanove, y mucho menos para el fraile de Blanca Portillo. ¿A qué estamos jugando? ¿Al Quién es quién? Nota: que nadie se pierda al espadachín italiano. ¡Con ese acento parece un futbolista de importación!
3-. La fotografía. ¿De verdad tenemos que creernos que en 1600 la luz era como en los cuadros de Velázquez o de Zurbarán? ¿O será que el director de fotografía, babeando por la pintura del Prado, ha querido dejar muy claro que entre los viejos pintores y él no hay apenas diferencias? Las señoras mayores os lo dirán en la puerta del cine: la fotografía es espléndida. ¡Parecen cuadros! ¡Y tanto! De tan rígidos e inmóviles, diré yo. Me lo imagino perfectamente: el tipo coloca doscientos focos para iluminar una habitación y le queda precioso, pero hay una pega: el actor no puede moverse ni un milímetro. Y así, señores, no resulta natural ni Viggo Mortensen (que ya de por sí está limitadito, el pobre). El eterno problema de las luces es que no dejan moverse ni a los actores ni a la cámara. No pediré que filmemos a oscuras, claro, pero habrá que encontrar un término medio, ¿no? Y dejémonos ya de homenajes a pintores, coño. Filmar una historia del barroco con la luz de Velázquez se me aparece tan estúpido como ambientar otra a principios del siglo XX y facetarla a la manera cubista. No confundamos las churras con las merinas, o sea, la pintura con el cine (o con la historia). Otra nota: el detalle de reproducir Las lanzas me ha parecido de una pedantería intolerable (por cutre, no por pedante).
4-. Las batallas. Aquí nos topamos con la gran paradoja del cine español: cuando se pone pretencioso despilfarra los millones por doquier, pero sin dar espectáculo gratuito. Ante todo, seamos serios, deben de pensar. ¿Batallas en Alatriste? Je, je. Sal gorda; opio para los tontos. Díaz Yanes y Reverte no pueden caer en semejantes bajezas. En este país tenemos los santos cojones de hacer películas de aventuras donde no hay aventuras. ¡A ver si alguien se pimpla la trilogía de Indiana Jones de una puta vez! ¡Que la acción no es sinónimo de embrutecimiento! Las batallas de Alatriste no son tales, sino vulgares escaramuzas. ¡Parecen sketches! Y claro, el efecto, más que serio y comedido, es de absoluta cutrez. Señor Díaz Yanes: usted no parece más listo, sino más pobre. ¡Manda huevos, en tamaña superproducción!
5-. La ambientación. Junto con las batallas, el hijo tonto del proyecto. Supongo que los productores ya se habían gastado todo el oro en otras cosas y no les quedaba para levantar edificios, porque de otro modo no acierto a comprender. El Madrid del Siglo de Oro, con sus calles embarradas y hediondas, con su título de "capital más guarra de Europa", es una auténtica golosina. ¿Por qué, entonces, reducirlo al mismo callejón, repetido una y otra vez? Fijaos bien y contad cuántas veces veis el mismo arco (de atrezzo, además). Os juro que al final parece que toda la acción transcurre en el patio de atrás, de insípidas que son las localizaciones. Es de coña: Ridley Scott se viene a España para ambientar sus cruzadas y nosotros no sabemos ambientar nuestro Siglo de Oro, que vino después y por lógica sus edificios deberían de haberse conservado mejor. Ah… misterios de nuestro cine.
Para terminar, y para que no me tachéis de negativo e intolerante, compartiré también con vosotros algunos aciertos de la película. Me gustó Unax Ugalde por guapo y por buen actor. Me gustaron detalles como las mechas de las escopetas, quizás porque me recordaron a Mortadelo y Filemón. Y me encantó una escena donde Alatriste dice aquello de "¿por qué siempre tenemos que acabar matándonos entre nosotros?". Sin duda, la película tendría que haber acabado ahí y no en esa otra incomprensible escena final, que uno no sabe si tomarse en serio o a coña. Lo dicho, queridos míos: no vayáis a verla. O mejor todavía: id, ved, y opinad en Sindrogámico.

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Una para pensar

Me encanta estrenar, así que voy a hacer un post de bienvenida como se merece septiembre: con actividad. Pero en este caso se trata de actividad mental y es que viniendo hacia aquí (¡) he escuchado una frase que dijo la filósofa y que me parece perfecta para un comienzo. Ahí va: Abrir posibilidades es romper la trama del mundo que damos por hecho. Lo siento Anadja, ya sé que te prometí ser superficial, pero, como dijo el fotógrafo , la frivolidad es una cosa muy seria y, ahora digo yo, muy complicada.

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