jueves, 30 de noviembre de 2006

Caperucita Roja

El otro día, como cada martes, me dispuse a ir a mi clase de francés. Esta vez con muy, muy pocas ganas.
Sin embargo, la clase fue muy divertida y muy didáctica, y no me refiero sólo al idioma...
El tema de conversación que nos consternó a todos fue la interpretación que del cuento de Caperucita Roja que nos dio el profesor. Resulta que es una versión más de La Bella y la Bestia y que la simbología erótica y sexual está presente en todo el texto. Los cuentos no son historias para niños, sino que detrás de una historia aparentemente infantil y naif, hay un montón de valores y simbolismos ocultos...
Teníais que ver las caras de mis compis, nos sentimos traicionados por este descubrimiento! De pequeños nos contaros mil aventuras en versión infantil, pero nadie se preocupó después por explicarnos la verdadera hiostoria de...
Para entender nuestros cuentos de niños, ahí va una propuesta (más que mía es de mi profe de francés): se trata del libro “Psicoanalisis de los Cuentos De Hadas”, De Bruno Bettelheim. Yo no lo he leído todavía así que no puedo daros mi opinión –todavía-, pero si alguno lo conoce que se anime a contároslo o a desmigajarnos el significado de las historias de nuestra infancia y si está de acuerdo con las conclusiones de este autor.

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Yagudin o la increíble historia del hombre de las manos agujereadas

Creo que Nils, o Nid, como le llaman, profesor de universidad y protagonista de esta historia, nos quiere presentar a Yaudin, al Yaudin de su final, al Yagudin de sus entrañas, Yagudin el Seco, Yagudin el secuestrador, Yagudin el degollador, la certeza de la destrucción ineluctable, la certeza fría y negra de hacer daño, Yagudin, el hombre de las manos agujereadas... Terrible, ¿verdad?

¿Que quien es Nid? Nid es un tipo sin grandes preocupaciones, nos cuenta que vive en Toulouse, que tiene una exitosa y prometedora carrera académica, que está casado felizmente con Alice, una mujer con la que comparte a la perfección su forma de vida, que es padre dos preciosas e inteligentes niñas, que... Pero dejemos que nos diga él quién es:

Sexo, dinero, poder, eran todas cuestiones, si no resueltas, al menos satisfechas. Había alcanzado una especie de perfección terrenal: un hogar-reino en el que yo lo controlaba todo. Si por casualidad un día intuía un atisbo de frustración iba a comprarme un disco. No existía dificultad existencial alguna que no considerara solucionada a través de la construcción de una sólida discoteca personal.
Eso, antes de Yagudin. Antes de que él llegara para saquearlo todo.


Pero es que además de sumergente con su lectura en la persecución de alguien que no deja pistas y al que no has visto nunca, al buscar desesperada y enloquecidamente a alguien que, al fin y al cabo, forma parte de una historia que se cuenta a los niños antes de acostarse, Philippe Ségur, el autor de esta historia, nos hace reflexionar a través de su personaje sobre temas extremadamente interesante y de gran actualidad, como la relación incómoda entre medios de comunicación y el terrorismo. Extraigo al respecto este fragmento:

A Nid le divierte mucho leer esos artículos. No se le ocurre tomárselos al pie de la letra. Piensa que lo que interesa es asustar. Considera que los auténticos terroristas trabajan en televisión. Cada vez que la enciende, la tele dice: "Tenéis miedo". Antes decía: no conduzcáis o moriréis en la carretera. O bien: no fuméis, vaís a contraer cáncer. O si no: no salgáis, llueve muchísimo. Y siempre: "Tenéis miedo". A veces el precedimiento era más insidioso. Era algo así como: ¿está seguro de querer comerse lo que tienen en el palto? ¿Está seguro de querer salir después de las diez? La misma pregunta contenía la respuesta. Ahora es todo más directo. Ahora es un simple "tenéis miedo", sin preliminares. Y luego enseñan gente que tiene miedo, gente que dice que la gente tiene miedo y gente de uniforme que da miedo.

En esta obra tenemos la oportunidad de descubrir la inquietante capacidad que tienen las antiguas leyendas de hacerse realidad. Una novela que ya prestigiosos diarios como France Soir, han dicho de ella que se lee con el corazón palpitante y sin respiro de la primera a la última página, lo cual describe exactamente la sensación que tuve al leerme el libro, al igual que en Le Magazine Littéraire, al decir que cuando se abre el libro ya no vuelves a cerrarlo.

Yagudin o la increíble historia del hombre de las manos agujereadas, Philippe Ségur, traducción de María Fernández Soto, Alfaguara.

Magapola

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Café doble, ¡por favor!

Cuando esa mañana escuché la segunda cuña publicitaria por la radio de mi móvil, a esas horas tan tempranas, necesitaba que la lluvia me confirmara que no estaba en un sueño. Y es que las dos cuñas que escuché por la radio anunciaban cosas inverosímiles. La primera, así, de sopetón, te invitaba a aprender el idioma "del futuro"... El inglés, ¿verdad?, pues no, nada más y nada menos que ¡el esperanto! No me podía creer lo que acababa de oír y lo primero que pensé es que le seguiría una frasecita en plan coña... ¡No! La cuña publicita acababa ahí. Achaqué al sueño correspondiente el haberme perdido algo del mensaje porque, en fin, ¿el esperanto? "Bueno, nada más llegar al curro me subo a la máquina de café, no vaya a ser que meta la pata, que si he oído que el esperanto es el idioma del futuro, puedo escuchar cualquier cosa al teléfono", pensé tras subirme al cercanías. Allí, sentada, y como todas las mañanas desde que llueve, mi cabeza pedía urgentemente algún apoyo más allá de mi frágil cuellecito y yo se lo di, en la pared de al lado. Así fue, dormitando con un ojo medio abierto para que no se me pasara la estación, cuando ¡zas!, apareció la segunda cuña publicitaria. El mensaje era este: "¿Sabe qué quiere su perro cuando ladra? ¿Quiere entender a su perro? ¡Nosotros le enseñamos a descifrar sus ladridos! ¡Aprenda con nosotros el lenguaje secreto de los ladridos de su perro!" De un respingó liberé a la pared de mi pesada cabeza y mis ojos se abrieron como platos. "Café doble, ¡por favor!"

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domingo, 26 de noviembre de 2006

Cuaderno de viaje.

En 2003, el norteamericano Craig Thompson se hizo famoso con un cómic de bonitos dibujos titulado Blankets. Es un tebeo que no he leído pero que siempre me ha llamado la atención, en parte porque tiene una portada preciosa, y en parte porque se trata de un tocho tremendo. Aunque yo no me enterase, Blankets debió de tener mucho éxito, ya que al año siguiente Craig Thompson se embarcó en una interminable gira de promoción por Europa. Durante meses anduvo de aquí para allá, hoy en París, mañana en Barcelona y pasado en Berlín, y todo el tiempo dibujó las cosas que le pasaban. Ese particular diario se ha publicado en España con el significativo título de Cuaderno de viaje y, mira tú por donde, una amiga me lo ha regalado.

El cómic, como ocurre con casi todas las obras interesantes, es difícil de describir. Podría ser, por ejemplo, un retrato de nuestra querida Europa. Craig Thompson se pasó dos meses y pico pegándose la vida padre por el viejo continente, y en sus viñetas deja constancia del asombro que casi todo le produce. Al fin y al cabo, el tipo no deja de ser un paletillo de Michigan. Junto a esto, Cuaderno de viaje también pasa por ser una particular crónica del universo comiquero. Si alguno de vosotros piensa que haciendo historietas no te comes un colín, deberíais ver cómo viven los dibujantes reales que aparecen en este libro. A juzgar por los banquetes y los palacios que ofrecieron al bueno de Craig, no me extraña que se quedase tan contento.

Lo que más me ha impresionado a mí, sin embargo, ha sido el componente trágico de todo el asunto. Thompson se presenta a sí mismo como un creador atormentado por su creatividad. La sensibilidad como castigo, vamos. En una de las viñetas más importantes del libro, nuestro hombre discute con un amigo sobre el verdadero sentido de la creación. El amigo opina que si fuesen felices no dibujarían. “Si no estuviésemos tan solos, ansiosos y aislados”, le dice, “no tendríamos ninguna motivación”. Y Craig no está nada de acuerdo: “yo produzco más cosas cuando soy feliz”, argumenta. “Dibujo cosas que me hacen feliz. Estoy desesperado por reflejar toda la belleza”. La cuestión, no me lo negaréis, da para un fascinante debate: ¿qué inspira más: la felicidad o la amargura?

En el caso de Craig Thompson, como él mismo dice, la belleza es la principal fuente de inspiración. A veces, el dibujante se siente tan sobrecogido por los paisajes que dedica páginas enteras a dibujar árboles o montañas. Y ahí es donde empieza el problema. Cuaderno de viaje es, sobre todo, un testimonio amargo sobre el intento de aprehender todas las cosas bonitas que tiene la vida. “Estoy desesperado por reflejar toda la belleza”. El artista se convierte en un esclavo de su propia condición, un obseso del lápiz y el papel. Thompson, abrumado por lo que ocurre a su alrededor, se atormenta tratando de retenerlo. En el fondo es el viejo tópico del turista avaricioso que saca fotos de todo, pero mucho más sublime porque se trata de arte. El protagonista de este libro sufre cuando llega a su hotel y siente que no ha sido capaz de reflejar el tumulto de las plazas de Marrakech. A ello se suma una circunstancia impresionante: de tanto dibujar, Craig Thompson ha desarrollado una artrosis tan dolorosa que el simple acto de coger un pincel puede suponer una verdadera tortura. Y aun así, sigue dibujando. Esta concepción trágica de la creación encaja perfectamente con mi particular visión del mundo. En mi escala de valores conviven alegremente el romanticismo del artista atormentado y la fría ética del trabajo diario, así que me ha parecido honesto compartir Cuaderno de viaje con todos los que visitáis Sindrogámico. Leedlo, si podéis, y a ver qué impresión os produce a vosotros.

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viernes, 24 de noviembre de 2006

Swedish Rock Nights

Sí, señores, Suecia se mueve. Y para demostrarlo, las productoras Merklubba Production, Fikasound y Explosión Musical organizan por segundo año una jornada de hermanamiento entre dos tradiciones musicales tan alejadas como la sueca y la española. 6 grupos, 6 saltaron anoche al ruedo de la sala Arena (ahora Heineken), 5 suecos y uno español. Buen ambiente, con parte de la colonia Erasmus sueca en la sala y una organización exquisitamente profesional, para una noche que nos dejó las siguientes sensaciones:

Sebastian Lors & The Ones That Got Away. No es fácil ser como Ryan Adams: hace falta un ego desmesurado, una notable resistencia al whisky y haberte acostado con Winona Ryder. Ah, y talento. No sabemos si Sebastian Lors cumple las dos primeras condiciones, pero su country-rock algo descafeinado nos despierta dudas sobre la cuarta. Vete a las tiendas de Beverly Hills, busca a Winona y luego hablamos.


Ida Maria. El premio gordo salió pronto. Vencedora absoluta de la noche, Ida Maria y su banda no ofrecen nada nuevo ni espectacular (punk-rock del montón con un ojo puesto en el movimiento riot de los 90), pero su chorro de voz y un entusiasmo deliciosamente contagioso hizo que todos los presentes la adoráramos al instante. I like you better when you’re naked…



Havalina Blu.
Los españoles infiltrados. Recuerdos a Radio Birdman y a los 80 más oscuros, acabaron con una más que correcta versión de “The Forest” de The Cure, con un pero: como bien explicaba Jason Lee en Persiguiendo a Amy, entintar es algo más que calcar. Técnicamente perfectos, habrá que seguirles la pista.

Lucknow Pact. El grupo más sueco de la noche, si entendemos sueco como todo aquello salido del sello Labrador y similares. Curiosa mezcla de personalidades comandada por un entusiasta cantante con pinta de Bryan Ferry de provincias, trajeron un trocito de sol sueco a la noche madrileña. Sol sueco frío e intermitente, pero sol al fin y al cabo.

Sugarplum Fairy. Qué bonito es ser joven, formar una banda y lanzarte a conquistar el mundo. Sugarplum Fairy quieren ser The Libertines pero se quedan a tres esquinas de Jet. Fotogénicos y poco más, se delataron tocando el “Wonderwall” de Oasis y, a partir de ahí, a entretenernos con el juego de las referencias: que si estos acordes son los del “Whatever”, que este bajo es de los Strokes… Buena suerte con la próxima campaña de Movistar.

Suburban Kids with Biblical names.
Como ocurre con Darren Hayman (a quien telonearon en su última visita a Madrid) o Eef Barzelay, S.K.w.B.N. (premio al nombre más divertido) se hacen querer con su pinta de acabar de escaparse de una película de Todd Solondz y unas letras superiores a la media. Un laúd, unas bases programadas de regusto ochentero y un notable instinto melódico acabaron de redondear la noche. Y hoy a trabajar con resaca, pero con el buen recuerdo de una iniciativa que, esperemos, tenga continuidad y produzca algún resultado. Go Sweden!!

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jueves, 23 de noviembre de 2006

Sotok.

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Studio 60 on the Sunset Strip: metaombliguismo

Hay un mal endémico que suele afectar a los escritores y/o guionistas cuando han alcanzado un cierto prestigio o status dentro de su gremio: el ombliguismo. Una vez pagadas sus hipotecas y la universidad de los chiquillos, pueden por fin dedicar su tiempo a esos proyectos personales que llevaban años cogiendo polvo en sus cajones, lo que suele llevar a tres tipos de productos:


  1. Historias sobre la infancia en una pequeña ciudad, la pérdida de la inocencia y todo ese rollo

  2. historias sobre los traumas de escritores de mediana edad, angustiados ellos en sus lofts de Manhattan o en sus modestos dúplex de barrio residencial, o

  3. lo peor, cuentecillos para tener contentos a sus hijos o a los amigos de sus hijos.


A Woody Allen, Stephen King o Paul Auster el truco les ha valido durante bastante tiempo, llegando a producir alguna obra estimable. Tras el éxito de crítica y público de "El Ala Oeste de la Casa Blanca" le ha llegado al turno a Aaron Sorkin, que no ha desaprovechado la oportunidad de pegarse un gran festival de ombligismo en forma de serie: "Studio 60 on the Sunset Strip".

“Studio 60 on the Sunset Strip” es un claro ejemplo de metatelevisión, una serie sobre una serie llamada “Studio 60 on the Sunset Strip” claramente inspirada en la clásica “Saturday Night Live”. Tras el despido fulminante del productor ejecutivo debido a un ataque de sinceridad en directo (memorable comienzo), la nueva presidenta de la cadena (Jordan McDeere, interpretada por la algo inexpresiva Amanda Peet) decide recuperar del ostracismo al equipo que dio al programa sus minutos de mayor gloria, el guionista Matt Alby (Matthew Perry, aka Chandler Bing) y el productor Danny Tripp (Bradley Whitford). Partiendo de esta premisa, Sorkin desmenuza de forma inteligente el mundillo de la televisión y muestra todas sus miserias, arremetiendo sin piedad contra los grupos de presión (fundamentalistas religiosos sobre todo), la hipocresía respecto a las drogas en un mundo en el que quien más quien menos consume algo, los egos de los actores o el mercado turco que son los despachos de los directivos. Y ahí donde residen sus virtudes, también se encuentran sus principales defectos. Hay mucho de ajuste de cuentas en este proyecto: la relación entre Alby y Harriet Hayes, la actriz principal de ambas “Studio 60”, está algo más que inspirada en la relación que el propio Sorkin mantuvo con Kristin Chenoweth, actriz principal en “El Ala Oeste”. Todos los actores son amiguetes de Sorkin y en cada capítulo se pueden encontrar un buen montón de referencias a personajes y programas de la televisión americana, lo que supone un esfuerzo extra para el espectador no americano. Además, en su afán por controlar todo el producto, es el propio Sorkin el que escribe los sketches del programa dentro del programa, lo que hace que los chistes de Alby, teóricamente un genio del humor, no sean excesivamente graciosos.

“Studio 60” fue una de las series más esperadas de la temporada. Aclamada por una parte de la crítica, el público le ha vuelto la espalda y ha perdido un 43% de los espectadores en sus 5 primeros capítulos. La “maldición de Friends” ataca de nuevo. Quizás sea una serie demasiado ambiciosa para un público que aplaude culebrones encubiertos como “Anatomía de Grey” o “Mujeres Desesperadas”, o quizás simplemente no ha cubierto las grandes expectativas que había generado y se trata de una serie demasiado endogámica y ombliguista para interesar a aquellos ajenos al medio. En cualquier caso, merece una oportunidad: hay grandes diálogos y reflexiones sobre la televisión como medio y, para los viejos fans, siempre es agradable ver a Matthew Perry haciendo lo que mejor sabe. Pues eso, el Chandler.

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miércoles, 22 de noviembre de 2006

Short Shots

El domingo y el lunes por la tarde tendrá lugar el festival de cortos alemanes Short Shots, iniciativa que surgió en Berlín de la mano de un par de amigos y que ha ido cuajando, hasta ganarse un huequecito en Youth for Europe, uno de los programas culturales de la Unión Europea.
El festival ha dado el salto a Madrid gracias, entre otras cosas, a un grupo de estudiantes alemanes que, voluntariamente y con la ayuda de colaboradores autóctonos, traducen y subtitulan los cortos.
Os animo a que vengáis a ver las películas, que se estrenan en este festival, y a que participéis en los debates con los directores, que han venido a Madrid para la ocasión.


Domingo, 26/11/06
en Ojo Atómico-Antimuseo de Arte Contemporáneo
C/Mantuano 25. (Metro Prosperidad)
20:00

Lunes, 27/11/06
en Goethe-Institut
C/ Zurbarán, 21 (Metro Rubén Darío)
19:30

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martes, 21 de noviembre de 2006

Grupo de expertos Solynieve: Alegato Meridional

Pues al final va a ser verdad que la componente geográfica influye en la personalidad. De la misma forma que hay gente de verano y gente de invierno o gente de mar y gente de interior, hay gente de norte y gente de sur. Para J, voz cantante de los Planetas, el norte son las obligaciones adquiridas, las compañías discográficas, los desórdenes amorosos, las drogas. Tras el ajuste de cuentas con su norte particular que supuso “Los Planetas contra la ley de la gravedad”, J busca descomprimir y migra hacia el sur, entendiéndolo más como un estado de ánimo que como una localización concreta. No se trata sólo de Granada o Andalucía, debajo del Mississipi también es sur; en general, donde hay tranquilidad y alegría hay sur. Quizás no sea coincidencia que Nacho Vegas cite el norte en muchas de sus canciones…

“Alegato Meridional” es un disco casi conceptual sobre la vida relajada, sobre el compadreo, sobre leer un periódico al sol de los lunes. Buscando el hilo rojo que une los folklores andaluz y americano, J y su compadre Manuel Ferrón crean un curioso híbrido que seguro desconcertará a los fans más acérrimos de Los Planetas y en el que cabe tanto la rumba catalana (“Claro y meridiano”, con palmeros y todo) como el country aflamencado (“La balada de buscando mi destino”, versión de la clásica “The ballad of easy rider” de Roger McGuinn). Para los más inmovilistas también hay temas que recuerdan a Los Planetas más narcóticos, como la titular “Alegato meridional”. La divergencia entre las dos vertientes se nota sobre todo en las dos versiones de “Par de flamenquines”: la versión “Billy Total” podría aparecer en el “Pop” planetario, mientras la versión “Mucho de lo mismo” tiene un ritmo de country trotón que la convierte en algo totalmente distinto. El espíritu costumbrista de Kiko Veneno y Vainica Doble sobrevuela el disco, y las letras se convierten en una incitación constante a la pereza bien entendida y a disfrutar de los pequeños placeres, sin estridencias: de la antigua búsqueda de nuevas sensaciones se pasa al simple disfrute de placeres tan mundanos como la fruta fresca (sandías, melocotones, higos chumbos: hay muchas frutas en el disco) o un vermú al sol de mediodía.

Parafraseando al propio grupo, se ve que hay calidad. Se agradece la falta de pretensiones (“con toda la ambición que cabe en una raja de sandía”, dicen ellos mismos) y el ambiente casual de la mayoría de las canciones; se nota que se trata de un grupo de amigos que se dan el gustazo de tocar porque sí, versionando las canciones que les gusta escuchar. La pena para los norteños es que este disco no saliera antes de verano y haberlo disfrutado al sol, en las terrazas de los colegas y tomando unos quintos helados, seguro que así gana enteros. Por ahora, nos amenizará los días hasta la salida del disco de flamenco eléctrico que han prometido los Planetas. Ufs…

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Entender el cómic

Escribo estas líneas con los dedos envenenados de resentimiento, pero con una gran calma interior. Me pasé cinco años en la facultad, muerto del aburrimiento, y todos los días pensaba la misma cosa: algún día me vengaré. Pues bien, el día ha llegado. En una sola noche he leído UNA HISTORIETA que me ha enseñado tanto como aquel lustro de hastío. ¿Acaso se puede decir algo peor de una licenciatura? Y mi venganza será contarlo aquí, en Sindrogámico. Ninguno de los malos profesores que tuve entonces leerá esto ahora, claro. Pero a mí me da igual. La venganza es un plato que se sirve tan frío que ya no quedan comensales. Lo único que me importa, en el fondo, es ajustar cuentas. Y dar una lección a todos aquellos que escondían y siguen escondiendo su ignorancia detrás de una fachada de pedantería y erudición. La verdadera conquista, ya lo he dicho muchas veces, es la simplicidad. La sencillez no tiene límites: incluso lo más complejo puede caer rendido a sus pies. Scott McCloud ha dibujado un tebeo que puede tutear a los más reputados semióticos, críticos de cine, teóricos de despacho, biblioteca o barra de bar; un tebeo ambicioso, pero sin ínfulas. Si yo fuese profesor de la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid obligaría a mis alumnos a que lo leyesen. Y luego, muy educadamente, les invitaría a que se fuesen de mi clase. ¿Para qué quedarse? ¡Ya no necesitan saber más!

Entender el cómic tiene tantos méritos que resulta difícil quedarse sólo con uno. El mejor, desde mi punto de vista, es su capacidad para crecer. No se trata sólo de una historieta fascinante, llena de soluciones imaginativas y recursos visuales sorprendentes. Ni siquiera se limita, como indica su título, a enseñarnos cómo leer viñetas. Si este libro me ha conmocionado ha sido, sobre todo, porque consigue que algo tan extravagante como el deseo de crear resulte comprensible y cercano. Sin aspavientos ni egocentrismos. Todo artista es un loco, sí, pero también es cierto que todos somos artistas. Lo más emocionante de Entender el cómic es que EXPLICA EL ARTE con naturalidad. Si me lo cuentan, yo no me lo creo: soy incapaz de encontrar un planteamiento más pretencioso. Pero este tío lo consigue, os lo juro.


A partir de aquí, el resto encaja dentro de lo que cabría esperar: lecciones sobre uso del tiempo, sobre diferentes tipos de dibujos o sobre el impacto psicológico de los colores. Scott McCloud habla de todo ello con un estilo directo y muy didáctico, aliándose con sus dibujos para que el discurso mismo funcione como ejemplo. Listo, el chaval. A veces, para regocijo de las almas sensibles, se permite licencias poéticas que ponen los pelos de punta. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando describe “el baile de lo invisible con lo invisible”. O sea, cuando habla del papel que juega la imaginación en las historietas. Y en este sentido, queridos míos, McCloud nos invita a descubrir un paraíso que se adivina enorme: el cómic japonés. Allí donde los occidentales ya no supieron avanzar, dice, los japoneses siempre encontraron un camino nuevo. Yo, como casi no he leído mangas, tendré que creérmelo. Pero intuyo que tiene razón porque una vez más la clave está en la simplicidad: nosotros somos simplones y ellos son simples. Hay una enorme diferencia, ¿no? Claro que sí. Por eso os aconsejo que no os compliquéis con carreras universitarias que, en el fondo, están vacías. Hay mucho más que aprender aquí, y encima os lo pasaréis bomba.

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viernes, 17 de noviembre de 2006

A Wild Sheep Chase

En 1982, la editorial Kodansha Ltd publica en Tokyo y en japonés la obra 羊をめぐる冒険 (Hitsuji o meguru bōken) de Haruki Murakami. En el año 2000, la editorial The Harvill Press la publica en inglés bajo el título A Wild Sheep Chase. Más tarde, en el 2003, es la editorial Vintage la que lo vuelve a publicar y entoncés, tres años más tarde, y gracias a uno de mis mejores consejeros literarios, es cuando cae en mis manos. La novela me engancha enseguida, en la página 41, de la que he extraído el siguiente fragmento:

"Listen, an important phone call is going to come through in ten minutes."
"A phone call?" I glanced over at the bedside telephone.
"That's right, the phone's going to ring."
"You can tell?"
"I can tell."
She had herself a cigarette, head resting on my chest. A moment later, her ash fell beside my navel and she pursed her lips to blow it off. I felt her ear between my fingers. It was a wonderful sensation. My head was empty with shapeless images drifting and diffusing.
"Something about sheep," she said. "Lots of sheep and one sheep in particular."
"Sheep?"
"Uh-huh," she said, handing her half-smoked cigarette to me. I took one drag, then crushed it out in an ashtray. "And that'll be the beginning of a wild adventure."

Japón, un treintañero, una amante, un divorcio, un negocio editorial... ¿qué puede pasar con estos ingredientes? Seguro que a más de uno ya se le está ocurriendo alguna historia, por no decir que ve su vida en ellos. Pero, ¿alguien ha tenido en su vida el objetivo de buscar una oveja? Sí, una oveja, ¿qué pasa? ¿Que quién puede querer buscar una oveja, con todas las que hay? Pues el protagonista de A Wild Sheep Chase y todo aquel que la lee, porque os aseguro que mientras la lees sólo tienes esa preocupación, es decir, ¿dónde estará la maldita oveja? Al terminar el libro, sin embargo, te da la sensación de que Murakami te ha empujado a través de extraños personajes (The Boss, The Sheep Professor, etc.) en a wild goose chase. Cosas raras: la casualidad en el título con esa frase que significa algo así como marear la perdiz. Lástima de que el original en japonés, Hitsuji o meguru bōken, sea indescifrable para mí, porque, ¡qué raro!, estoy obsesionada con este tema del título. Otra: ¿por qué la chica no tiene nombre y siempre es la girlfriend? Es que estas cosas en Murakami no creo que sean fortuitas, algo significan... ¡y a mí todavía se me escapan muchas!

A Wild Sheep Chase, Haruki Murakami, Vintage

Magapola

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miércoles, 15 de noviembre de 2006

Borat.

Este señor de la foto tiene una rara habilidad: es capaz de tocarle los cojones a todo el mundo. ¿Por qué? Muy fácil: porque lo mismo ridiculiza a los gringos que hace gala de un machismo escandaloso. Su nombre, por si no lo sabéis ya, es Borat. Viene de Kazajistán y estoy convencido de que va a dar mucho que hablar. A partir de ahora en el mundo habrá dos tipos de personas: los que se rían con él y los que, por el contrario, le odien. ¡Viva! Ya iba siendo hora de que llegase una polémica realmente jugosa, una de esas que te obligan a cuestionarte tus principios. Sí, sí, tus principios, porque si una cosa promete hacer Borat es arremeter contra todo y contra todos. Vamos, que es a la comedia lo que el punk era a la música. ¿Límites? ¿Para qué?

Pero vayamos por partes. ¿Quién es, en realidad, este tipo? Básicamente, un chiste de mal gusto. ¿Os acordáis del rapero chungo que salía en el vídeo de Music de Madonna? Pues bien, ese rapero se llama Ali G. y es el personaje más famoso de un humorista británico llamado Sacha Baron Cohen. Sacha tiene un programa en la tele británica que está dedicado íntegramente a Ali G. y, según parece, a la gente le gusta. ¿Y Borat? Pues Borat es uno de los personajes secundarios, un supuesto reportero venido del Este que se dedica a hacer entrevistas sin que la gente sepa que es de mentira. Más o menos como Tonino en los primeros tiempos de Caiga quien caiga. El tío debe de tener tanta gracia que a alguien se le ocurrió una idea verdaderamente genial: ¿por qué no llevarlo a Estados Unidos y hacer una película entera sobre sus impresiones? Dicho y hecho. Borat, la película, promete ser un retrato de los gringos a través de la mente deformada de este kazajistaní. Sacha Baron Cohen se ha recorrido el país disfrazado de paleto y ha sacado lo peor de sus anfitriones. En teoría, un planteamiento así haría que todos los progres que leéis Sindrogámico os frotáseis las manos de placer, ¿verdad? El problema surge cuando descubrimos que Borat no sólo pretende hacer gracia a costa de los americanos, sino también a costa de su personaje. Quiero decir: el tipo hace chistes machistas o antisemitas. De hecho, se presentó en el festival de cine de Toronto montado en un carro tirado por mujeres, alegando que las considera inferiores a los caballos. ¿A que ya no es tan fácil reírse?

El verdadero interés de Borat, por tanto, es el hecho de que cruce la línea de lo políticamente aceptable. ¿Dónde está el límite del buen gusto? Tal y como lo veo yo, uno de los mecanismos esenciales del humor es romper con lo correcto. Nos hacen gracia los chistes sobre pollas porque no hablamos de pollas con nuestras madres. Que levante la mano quien no se haya reído alguna vez con un chiste sobre tragedias ajenas. Los tabúes son, sin duda, una de las mejores fuentes de inspiración para el humor. Dicen que la risa es un mecanismo de liberación, ¿no? Pues eso: nos reímos para liberarnos de la presión de los convencionalismos. Lo fascinante es que esos convencionalismos, esos tabúes, los tenemos todos, hasta los que hacen gala de no tener tabúes. Habrá gente que se escandalice al ver la película que los Monty Python hicieron sobre Cristo, y otros que se escandalicen cuando Borat bromea sobre matar judíos. ¿Cuál es la diferencia entre los dos chistes? ¿Acaso no es sólo una cuestión de nivel?

Aunque resulte paradójico, estoy convencido de que la respuesta dependerá muchas veces de quién se ríe con el chiste. Pensemos, por ejemplo, en Torrente. ¿Sería Santiago Segura tan despreciado por los intelectuales si no hubiese gozado del favor del público? A veces me acuerdo de lo cool que era ver sus primeros cortos cuando nadie sabía que Segura existía. Si te paras a pensarlo, esos cortos no eran más que versiones reducidas de Torrente. Y sin embargo el machismo de sus personajes te hacía gracia. ¿Por qué? Porque sabías que tanto él como todos los que veían sus cortos erais del mismo palo: una panda de progres que ridiculizaban a los fachas. A continuación Santiaguito se hizo famoso y, de la noche a la mañana, los mismos culturetas que le habían adorado le volvieron la espalda. ¿Qué había cambiado? En principio, sólo una cosa: que el chiste le hacía gracia incluso a los fachas. Y lo que antes era una burla de determinadas conductas pasó a ser considerado una exaltación de las mismas. La pregunta es: ¿lo era en realidad?

En mi caso, creo que mi nivel de escándalo está en función del objetivo último del chiste. Si en una web nazi leo un chiste sobre el holocausto es probable que no me haga puta gracia, mientras que si Woody Allen lo hace, seguro que me parto de risa. Y desde este punto de vista, mi conciencia está tranquila con Borat: Sacha Baron Cohen pasa por ser un individuo lo suficientemente cool y de una ideología cercana a la mía. La película, además, ha tenido unas críticas excelentes. Iré a verla este mismo fin de semana, pero todo el tiempo tendré una duda: ¿habría pagado la entrada si el actor, en lugar de ser judío, fuese un ultraderechista xenófobo?

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La vida frágil de Annette Blanche

Me gusta empezar las reseñas dando la palabra al propio texto, para que por sí solo se explique. He escogido lo siguiente: La gente de mi generación tiene esa manía latina de calificar lo que juzga incompresible -lo que en mí o a mi alrededor pasaba- como "kafkiano" o "surrealista"; como si se tratara de una película de Buñuel o de un cuadro de Dalí, una metamorfosis ininteligible para los sentidos; la traición ha convertido los absurdos en la simpleza apelativa de una corriente o de un estilo. Así se etiquetaba en la facultad; decían, cuando algo no tenía sentido, apoyados en los eufemismos más que en la sinceridad: "Este país es surrealista, ni Kafka lo hubiera imaginado". ¿Tan difícil era decir: "Este es un país de ladrones; aquí hasta Kafka hubiera robado"? Habla de México, pero La vida frágil de Annette Blanche no trata sobre México, ¿o sí? En realidad trata de la historia de un viaje, de lugares, de ciudades, de edificios en ruinas, de casas sin hogar... Todo eso es la vida de Juan que vive su presente en función de lo que quiere que algún día sea. El mundillo del magazine y de la edición por medio, también Londres, París, Madrid y alguna más... Y por supuesto Anne, una chica que no la puedes ver, sino que la tienes que descubrir. Yo conocí a Juan, no al personaje, sino al autor, que me dedicó un ejemplar de esta obra Por el gusto de compartir esta "pasión" por los libros. Juan, espero que nos veamos pronto y podamos compartir un café. Al resto de los que estáis ahí, no os digo adiós, porque nos veremos en el paraíso.


La vida frágil de Annette Blanche, por Juan Manuel Villalobos Cos, Editorial Losada.
Magapola

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domingo, 12 de noviembre de 2006

Darren Hayman

Hay amigos o amigas a los que puedes estar años sin ver y, minutos después de un reencuentro, tener la sensación de que la noche anterior habías estado de cañas con él o ella. Ésa es la sensación que tuvimos muchos de los asistentes al concierto de Darren Hayman en el Neu! Club el sábado por la noche cuando empezaron a sonar los primeros acordes de “Pull Yourself Together”: la de volver a ver después de mucho tiempo a un viejo amigo con el que has pasado grandes momentos.

A finales de los 90, el mundillo indie celebraba las exequias del brit-pop mientras la música electrónica entraba en un bucle de autocomplacencia que comenzaba a aburrir hasta a los clubbers más recalcitrantes. Entre toda la maraña post-rockera que, en teoría, venía a salvar la papeleta, un pequeño grupo inglés de veinteañeros tardíos con un concepto tan sencillo como efectivo se coló por la puerta de atrás y comenzó a hacerse imprescindible para muchos. A Hefner se llegaba a través de sus letras: como un Jarvis Cocker en cuya mesilla de noche está “The Sun” y no Oscar Wilde, como un Morrissey que se masturba pensando en sus vecinas y no en Morrissey, las letras de Darren Hayman tenían la capacidad de capturar pequeñas escenas cotidianas y dotarlas de un carácter universal, casi siempre con la eterna guerra de sexos como telón de fondo. Y, tras las letras, la música: ese rasgueo inconfundible, esas urgencia y espíritu lo-fi que hacían pensar en los mejores Violent Femmes, en un Jonathan Richman que ya se afeita, en unos Pavement sin vocación artie. Los imprescindibles “Breaking God’s Heart” y “The Fidelity Wars” convirtieron a Hayman en uno de los más brillantes analistas de relaciones y sus trapos sucios y en uno de los feos más atractivos de todo el panorama musical. Pero, como ocurrió con Chandler Bing, Hefner empezaron a perder gracia cuando empezaron a follar regularmente; la sencillez de la fórmula y un estajanovismo casi enfermizo hicieron que las nuevas entregas comenzaran a perder fuelle. “We Love the City”, a pesar de su dispersión, todavía contiene 4 ó 5 grandes canciones, pero en “Dead Media”, con giro electrónico à la Dover para salvar los muebles, el agotamiento del grupo ya era evidente. Separación al canto, quizás algo tarde.

“Table For One”, el primer disco en solitario de Hayman, hereda algunos de los defectos de los últimos discos de Hefner: es digno, pero no tiene hits del calibre de “Love will destroy us in the end” o “I took her love for granted”. Y él, que no tiene un pelo de tonto, echó mano de varias canciones de Hefner en su reciente actuación en Madrid, para disfrute de todos los asistentes. En la sala Neu! mezcló canciones de “Table for one” con canciones no tan obvias del catálogo de Hefner como "The sad witch" (grande, grande), “As soon as you’re ready”, “Pull yourself together”, “Twisting Mary’s Arm” (no hay una canción mejor para cerrar un concierto) o “The hymn to the coffee”. Fue especialmente emocionante ver a las aproximadamente 90 personas que estábamos allí (por primera vez en mucho tiempo, poca gente) cantando a voz en grito y en curiosa comunión el estribillo de “The hymn to the alcohol”. Final con “The Wu-Tang Clan”, del disco de The French, y con un encantador Hayman vendiendo sus propios discos sentado a pie de escenario. Y todos al sábado por la noche con una sonrisa de oreja a oreja. Es bueno volver a ver a los viejos amigos.

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jueves, 9 de noviembre de 2006

Ficción

No se si tengo palabras, y las que salen ahora son por inercia, por una inercia de no se qué. Hacía tiempo que no salía de un cine tan colmado, tan lleno por lo que había visto. A estas alturas, donde ya las obras maestras, o como se llamen, difícilmente se pueden encontrar en el presente, sino en los baúles polvorientos del pasado, me encuentro con esta película. Un Cine sutil, sutileza para sugerir, para describir, para evocar, para escarbarte por dentro sin apenas darse uno cuenta. Sencillo, en apariencia. Contenido, la misma contención que destilan gota a gota y de barril los personajes y lo que sienten. Los actores, los guionistas y el director, y los casi siempre olvidados técnicos.

Quizás, lector, has visto la película y no te ha tocado tanto por dentro, o ni siquiera poco. Quizás no has llorado a la salida de un cine, sí, a la salida de un cine. He llorado en salas, pero nunca fuera pensando en lo que había visto, tan emocionante, tan perfectamente imperfecto. Se me caían las lágrimas y sentía como cuando vi aquel cuadro de Napoleón y no sabía el por qué de aquella emoción; como cuando sentía la piel de un amor y mi corazón palpitaba y se salía casi; como cuando veía el árbol moverse en medio de verde con el viento hablando en voz baja.

Mientras esas lágrimas caían, cogía algunas y las estiraba en mi piel, y pensaba que lo que sentía en ese preciso momento lo había olvidado en el tiempo, porque el tiempo pasa y esas emociones, sólo esas, se llenan de polvo del desierto, se funden con el olvido, y de pronto, un viento las desvela y llegan de nuevo, tan difíciles siempre, tan escasas, tan vitalmente inmensas.

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miércoles, 8 de noviembre de 2006

Adivina adivinanza....

Tengo entre mis manos una obra maestra. Pertenece a un género considerado injustamente "menor", dentro del cual merecería el lugar que merece "El Quijote" en la literatura o "Citizen Kane" en el cine, por poner dos ejemplos facilones, es decir, los primeros que se me vienen a la cabeza. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto... Se trata de la perfecta mezcla entre emocion y aventura con crítica despiadada de un mundo en el que la realidad supera esta y otras muchas ficciones...
Os daré una pista, pero una difícil....
¿Qué nombre recibe el famoso test psicológico "de las manchas"? Si lo aveiguáis, ya tendréis el nombre de uno de sus personajes principales. Pensad...Pensad....

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lunes, 6 de noviembre de 2006

Hijos de los hombres.

Ayer por la tarde discutía con mi amigo Mikto Kuai sobre un asunto bien curioso: ¿qué es más fácil, criticar o elogiar? Yo siempre he pensado que resulta infinitamente más sencillo describir lo que odias, mientras que él tiene serias dudas. Después de varias cañas y muchas risas nos olvidamos del asunto, pero yo sigo empeñado en demostrarle que tengo razón. Y para conseguirlo se me ha ocurrido poner un ejemplo totalmente personal: voy confesar lo difícil que me resulta escribir sobre Hijos de los hombres (Alfonso Cuarón, 2006), la película que más me ha gustado en mucho tiempo.

Ante todo, y aunque parezca una paradoja, el cine que me hace feliz me vuelve gruñón y belicoso. Se me revuelven las tripas, se me inyectan los ojos en sangre y hasta se me nubla la mente con el desprecio que de pronto me inspiran las demás películas. ¿Y qué ocurre? Pues que en lugar de elogiar, termino criticando. Me dan ganas, por ejemplo, de pelearme a gritos con todos los que defienden Infiltrados (2006). Hijos de los hombres tiene dos o tres planos secuencia tan bien planificados que a su lado Scorsese parece un fotógrafo de bodas, bautizos o comuniones. Ante prodigios como éste no comprendo a los que hablan sobre el ritmo y el montaje de Infiltrados. ¿Cómo se puede admirar a alguien que rueda y rueda, sin tener ni puta idea de lo que va a durar su película? El verdadero sentido del ritmo, señores, es el de un director que es capaz de transmitir tensión con un solo plano. Y lo demás son subterfugios para ocultar la incompetencia.

Mi segundo problema es el pudor. Por si no lo sabíais, el placer es uno de los asuntos que más compromete, y a mí me da una vergüenza horrible reconocer cómo lo obtengo. Por ejemplo: ¿qué credibilidad voy a tener si confieso que me lo pasé bomba babeando con Clive Owen? No se trata sólo de que sea guapo, de que su barba sea el epítome de la masculinidad o de que tenga una voz que haga temblar rodillas. En realidad, lo que fascina de la interpretación de Owen es que tenga esa cara de alucinado y esa tristeza tan cercanos, esa pinta de tipo corriente, de antihéroe. El tópico se hace realidad: los verdaderos machos no son los tipos duros sino los hombres sensibles. Y con Clive Owen yo me haría gay ipso facto. ¿Cómo voy a poner eso en internet? ¿Qué iba a pensar mi novia? Sin duda, es mucho más sencillo hablar mal de cualquier otra cosa.

Algo parecido ocurre con mi tendencia a la lágrima. Hijos de los hombres me hizo llorar muchísimo y no queda bien que vaya por ahí contándolo. Pero es que Alfonso Cuarón ha logrado lo más difícil: que su año 2027, a pesar de reunir todos los tópicos apocalípticos, resulte verosímil y desgarrador. Y cercano, tan cercano que acojona. En lugar de poner coches que vuelan y ordenadores que te sonríen, el director ha creado un futuro que es como el presente, pero con cuatro o cinco cosas cambiadas. Cuarón, además, no se recrea con las novedades: las deja como telón de fondo y se centra en el drama de la historia. De hecho, ni siquiera se centra en el drama; sólo en la historia. Hijos de los hombres tiene momentos devastadores que el director ha filmado con una sobriedad y un respeto espeluznantes. Y con ese planteamiento, si no consigue que llore todo Dios, por lo menos consigue que yo lo haga. ¡Y vaya si lloré! Tanto, que me da vergüenza contarlo.

Para terminar, un último reparo: cuando hablo bien de algo tengo la impresión de que siempre recurro a tópicos. Al final acabo diciendo cosas como que la fotografía de Hijos de los hombres es estupenda, que la puesta en escena resulta soberbia o que el guión está perfectamente escrito. Menuda novedad. La perfección, igual que sucede con la felicidad, es una cosa que aburre describir. Mucho más interesante resulta, sin duda, analizar el fracaso. Por eso, mi querido Mikto Kuai, me cuesta tanto elogiar las cosas. ¿Le he convencido? Espero que sí.


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sábado, 4 de noviembre de 2006

C.R.A.Z.Y.

Ayer por la tarde fui a ver C.R.A.Z.Y. (Jean-Marc Vallée, 2005), pero no salí muy convencido. A pesar de que todos los críticos la han ensalzado y recomendado, hubo bastantes cosas que me defraudaron. Para empezar, soy alérgico a las historias que transcurren a lo largo de los años, con actores que envejecen gracias al maquillaje y conflictos que nunca se resuelven (y C.R.A.Z.Y., por si alguien no lo sabe, gira en torno a la vida de una familia canadiense). Lo peor, sin embargo, es que la película tiene un parón de ritmo difícil de encajar. Es lo que pasa con las historias sobre la vida: hay momentos intrascendentes, fáciles de contar, y otros mucho más complicados. Mientras los protagonistas son críos podemos hacer chistes y nos sale una comedia fresquísima, pero cuando crecen y les aparecen conflictos internos, entonces hay que ponerse serio y dedicar minutos larguísimos a explicar cómo se sienten. El problema es que yo soy un espectador muy simple: me gustan la pelis de risa y me gustan las pelis de llorar, pero cuando empiezo a ver una, quiero que sea la misma hasta que termine. ¿Comprendéis?

Así las cosas, cuando me he sentado delante del ordenador estaba convencido de que iba a escribir una crítica negativa. Pero ha ocurrido algo que me ha hecho cambiar de opinión. Estos días tengo en casa a un amigo que ha venido de Berlín, y el salón donde duerme está lleno de cosas suyas. Mientras se iniciaba Windows me he entretenido husmeando con la vista y he descubierto un libro con el siguiente título: The Tibetan Art of Positive Thinking. En la portada aparece un señor calvo que medita delante del mar, y parece bastante relajado. ¿Será que pensar cosas buenas nos relaja? Por probar nada se pierde, ¿no? En un segundo he cambiado de opinión, me he quitado el disfraz de gruñón, me he puesto el de hippi y ahora, en vez de echar pestes, lo que voy a hacer va a ser contaros las cosas agradables y bonitas de C.R.A.Z.Y. Al fin y al cabo hoy es sábado y quiero salir de marcha con actitud positiva.

Lo mejor de la película, sin duda, es el montaje. Jean-Marc Vallée nos cuenta su historia con un ritmo juguetón muy agradecido. A veces, como suele ocurrir, el efecto es simplemente eso, un efecto, pero aun así se disfruta. Lógicamente, parte del mérito recae en la música. Ya lo aprendimos con Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994): las películas que siguen a un personaje durante distintas épocas son perfectas para tirar de clásicos populares. Se dice que el director tuvo que renunciar a parte de su sueldo para poder pagar los derechos de las canciones que quería. ¿Y cuáles son esas canciones? Pues Bowie, mucho Bowie, algo de los Stones, Pink Floyd, The Cure y, sobre todo, Patsy Cline. Su Crazy no sólo da título a esta historia, sino que tira de ella. De hecho, la mejor secuencia de toda la cinta tiene a esta canción como protagonista. ¿Y por qué es la mejor secuencia? Entre otras cosas, porque hace gala de un humor negro completamente escandaloso. Un humor negro, una especial habilidad para combinar lo cómico y lo trágico, que viene a ser otra de las virtudes de C.R.A.Z.Y. El director logra capturar algo tan delicado como “la poesía de la vida”, y esta poesía, por más que nos joda, se esconde tanto en lo bueno como en lo malo. En el fondo es lo mismo que sugería el título del libro de mi amigo de Berlín: si lo intentamos, siempre podremos sacar algo positivo de la mierda.

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viernes, 3 de noviembre de 2006

Neumococo.

Leo en el periódico que se abre la campaña de vacunación contra el Neumococo y que todos los niños pequeños tienen que ir a que les pinchen. Inmediatamente, claro, me hago la pregunta lógica: ¿ocurriría lo mismo cuando yo era crío? ¿Estoy vacunado yo contra el Neumococo? Con la de años que tengo ya casi me da igual, pero el asunto no es baladí. Creo firmemente que todo el mundo debería saber una cosa así. De hecho, creo que todos deberíamos tener una fotografía del instante preciso. Nos paseamos con la vida guardando fotos de momentos intrascendentes -bautizos, comuniones, primeros amores- y ni siquiera sabemos si estamos vacunados contra el Neumococo.

Para empezar, si yo lo hubiese sabido habría sido mucho más valiente. Cuando eres niño, saber que estás vacunado contra el Neumococo te da un maravilloso sentido de invulnerabilidad. Al fin y al cabo, el Neumococo pasa por ser una versión súper poderosa del Coco, ¿no? “Nene, acuéstate ya, que viene el Coco”. “¿El Coco? ¿Qué carajo me va a hacer a mí el Coco, si estoy vacunado contra el Neumococo?” Eso sí que habría sido una infancia, y no lo que yo tuve, cagadito de miedo en cuanto me apagaban la luz. Con esa actitud, otro gallo me habría cantado en la vida.

Y es que la palabra te llena la boca. Ne-u-mo-co-co. Da gusto decirla. Si todos los niños creciesen con ella en el baúl de los recuerdos, estoy convencido de que habría muchos más escritores en el mundo, más gente enamorada de los diccionarios. Con una palabra así, a nadie se le ocurre escamotear consonantes para escribirla en un móvil. De hecho, cuando uno teclea “Neumococo” siente ganas de añadir, y no de quitar. ¿O es que no quedaría mucho más aparente con una eme? Mneumococo. Mmm… Suena a griego, a pedante, a sabiduría. ¡Más sabios y sensibles seríamos!

Por todo ello -y dado que ya estamos en edad de procrear- utilizo Sindrogámico para lanzar una propuesta. Padres y madres del futuro: cuando llevéis a vuestro bebé a que le pongan la vacuna contra el Neumococo, no olvidéis hacer una foto. Colocad esa imagen en algún lugar de honor de vuestra casa y presumid de ella; haced que vuestro hijo la conozca, que se sienta orgulloso, que la valore por encima de todas las demás. Si hacéis como os digo, el mundo será un lugar mucho mejor.

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El cuadro más caro de la historia

Acabo de leer en El País una noticia que me ha impresionado muchísimo: un señor mexicano ha pagado, o estaría mejor decir ha invertido, cerca de 110 millones de euros (unos 140 millones de dólares, que así impresiona más) por una obra de Jackson Pollock, concretamente su cuadro Número 5, convirtiéndolo en el más caro de la historia. Según este artículo en los próximos días comenzará la temporada de subastas en Nueva York, lo cual hace pensar que este récord esté destinado a su pronta extinción ante la avalancha de obras participantes en el célebre concurso El cuadro más caro de la historia.

Estos hechos me preocupan enormemente porque si ya me parece disparatado el derrochar tanto dinero por obra de arte alguna, acontecimiento que podría encender el debate de si el Arte vale tanto dinero, más me inquieta el acto de cuantificar el valor artístico de una obra por la cantidad de dólares que se paguen por ella.

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jueves, 2 de noviembre de 2006

Infiltrados.

Estoy hasta los cojones de Martin Scorsese. Infiltrados (2006) me parece una tomadura de pelo de principio a fin, una basura que, si la hubiese firmado cualquier otro director que no fuese una vaca sagrada, habría pasado desapercibida. Pero claro, la ha firmado Martin Scorsese y es una jodida obra maestra, ¿no? ¡Pues no! Y me da igual que El País le haya dedicado una página entera y que los críticos se corran de gusto. Esta película fracasa en todo menos en una cosa: en ser mala. El resto, queridos míos, lo hace mal. De hecho, creo que lo que más me cabrea es que podría haber sido genial y acaba siendo todo lo contrario. Hacía tiempo que no veía tantas buenas ideas desaprovechadas delante de mis narices.

Porque vamos a ver: ¿qué pretende ser, exactamente, Infiltrados? ¿Una nueva vuelta de tuerca al asunto de los mafiosos americanos? ¿Todavía no se ha cansado Martin Scorsese de hacer lo mismo una y otra vez? ¿O es que no tiene vergüenza? Lo curioso es que la gente sigue aplaudiendo, como si todos fuésemos idiotas y no nos enterásemos. ¿Es que nadie se da cuenta de que este tipo es un pesado? Infiltrados es más de lo mismo desde el minuto mismo que empieza, pero peor. Que lo sepan hasta en Hong Kong (donde, por cierto, Scorsese robó la idea, que ni siquiera es suya): Infiltrados no aporta ABSOLUTAMENTE NADA a todo lo que se había dicho anteriormente.

Habrá quien diga, ya me lo estoy oliendo, que estamos ante una perspicaz sátira sobre la traición. ¿Perspicaz? ¡Cuánto me habría gustado! Pero si esto es perspicacia estamos acabados. ¿Sólo porque todos los personajes son unos embusteros tenemos que pensar que el ser humano lleva la mentira en su código genético? Hay que ser muy, muy sutil, señor Scorsesse, para retratar el alma humana. Y usted, querido mío, no lo es en absoluto. Es más: para lo único que sirven las mentiras de sus personajes es para hacer avanzar una vulgar trama de enredo. Simples anécdotas, me temo: la vieja historia del gato y el ratón, pero en una fiesta de disfraces. Ay, qué sueño.

También tengo algún amigo que me ha hablado del admirable ritmo de la película. Estoy de acuerdo: nunca tres horas se me habían hecho tan cortas. Lástima que bastase con dos para contar lo que aquí se cuenta (mal) en tres. Infiltrados está llena de pegotes innecesarios. ¿Quién es, por ejemplo, la mujer que acompaña a Jack Nicholson? Dudo que alguien pueda explicarme por qué ese personaje está en la película, lo cual nos lleva a una conclusión obvia: la muchacha sobra. Y ya que hablamos de Nicholson –histriónico hasta la náusea, por cierto-: ¿cómo hemos de tomarnos su fugacísimo episodio mefistofélico? Otro pegote. Lo que más me jode, además, es que Scorsese malgasta pólvora con estas tonterías y luego se deja asuntos sin resolver. ¿Es que no había tenido tiempo, con tres horas de metraje, para evitar (o al menos justificar) ciertos "ases en la manga" de último momento? Je, je, no os preocupéis que yo no cuento nada, pero os advierto: pensé que me había tomado el pelo.

A pesar de todo, creo que lo que más me irritó fue la falta de verosimilitud. Por si alguien no lo sabe, oh, sorpresa, Infiltrados es la historia de dos infiltrados: uno en la policía y otro en el crimen organizado. Lo del mafioso que se cuela en el cuartel me lo trago, pero… ¿de verdad tengo que creerme que un viejo zorro de la mafia va a confiar en un chavalote advenedizo que, además, había sido policía? ¡Por favor! ¿Y qué me dicen del maniqueísmo de los personajes? Matt Damon, todos lo sabemos, es repelente. ¿Era necesario hacerlo aún más repelente para dejar las cosas claras? Un insulto a mi inteligencia.

Para terminar, un consejo: cuando vayáis a ver esta película, prestad atención a lo que estáis viendo y no lo confundáis con lo que os han dicho que vais a ver. ¡Todo el mundo miente! Infiltrados no es, ni de lejos, la gran película que se ha promocionado. Si me hacéis caso y estáis atentos, descubriréis que se trata, simplemente, de otro thriller made in hollywood.

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