sábado, 4 de noviembre de 2006

C.R.A.Z.Y.

Ayer por la tarde fui a ver C.R.A.Z.Y. (Jean-Marc Vallée, 2005), pero no salí muy convencido. A pesar de que todos los críticos la han ensalzado y recomendado, hubo bastantes cosas que me defraudaron. Para empezar, soy alérgico a las historias que transcurren a lo largo de los años, con actores que envejecen gracias al maquillaje y conflictos que nunca se resuelven (y C.R.A.Z.Y., por si alguien no lo sabe, gira en torno a la vida de una familia canadiense). Lo peor, sin embargo, es que la película tiene un parón de ritmo difícil de encajar. Es lo que pasa con las historias sobre la vida: hay momentos intrascendentes, fáciles de contar, y otros mucho más complicados. Mientras los protagonistas son críos podemos hacer chistes y nos sale una comedia fresquísima, pero cuando crecen y les aparecen conflictos internos, entonces hay que ponerse serio y dedicar minutos larguísimos a explicar cómo se sienten. El problema es que yo soy un espectador muy simple: me gustan la pelis de risa y me gustan las pelis de llorar, pero cuando empiezo a ver una, quiero que sea la misma hasta que termine. ¿Comprendéis?

Así las cosas, cuando me he sentado delante del ordenador estaba convencido de que iba a escribir una crítica negativa. Pero ha ocurrido algo que me ha hecho cambiar de opinión. Estos días tengo en casa a un amigo que ha venido de Berlín, y el salón donde duerme está lleno de cosas suyas. Mientras se iniciaba Windows me he entretenido husmeando con la vista y he descubierto un libro con el siguiente título: The Tibetan Art of Positive Thinking. En la portada aparece un señor calvo que medita delante del mar, y parece bastante relajado. ¿Será que pensar cosas buenas nos relaja? Por probar nada se pierde, ¿no? En un segundo he cambiado de opinión, me he quitado el disfraz de gruñón, me he puesto el de hippi y ahora, en vez de echar pestes, lo que voy a hacer va a ser contaros las cosas agradables y bonitas de C.R.A.Z.Y. Al fin y al cabo hoy es sábado y quiero salir de marcha con actitud positiva.

Lo mejor de la película, sin duda, es el montaje. Jean-Marc Vallée nos cuenta su historia con un ritmo juguetón muy agradecido. A veces, como suele ocurrir, el efecto es simplemente eso, un efecto, pero aun así se disfruta. Lógicamente, parte del mérito recae en la música. Ya lo aprendimos con Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994): las películas que siguen a un personaje durante distintas épocas son perfectas para tirar de clásicos populares. Se dice que el director tuvo que renunciar a parte de su sueldo para poder pagar los derechos de las canciones que quería. ¿Y cuáles son esas canciones? Pues Bowie, mucho Bowie, algo de los Stones, Pink Floyd, The Cure y, sobre todo, Patsy Cline. Su Crazy no sólo da título a esta historia, sino que tira de ella. De hecho, la mejor secuencia de toda la cinta tiene a esta canción como protagonista. ¿Y por qué es la mejor secuencia? Entre otras cosas, porque hace gala de un humor negro completamente escandaloso. Un humor negro, una especial habilidad para combinar lo cómico y lo trágico, que viene a ser otra de las virtudes de C.R.A.Z.Y. El director logra capturar algo tan delicado como “la poesía de la vida”, y esta poesía, por más que nos joda, se esconde tanto en lo bueno como en lo malo. En el fondo es lo mismo que sugería el título del libro de mi amigo de Berlín: si lo intentamos, siempre podremos sacar algo positivo de la mierda.

1 comentario:

n. dijo...

El caso es que a mí me pasa lo mismo con las películas que abarcan un rango de tiempo demasiado amplio: ponerle cuatro canas o más barriga a los protagonistas no me resulta demasiado creíble y me saca un poco de la película, aunque hay por ahí joyitas como La mejor juventud (al menos en sus 3 primeras horas) que consiguen que, a pesar de que se les vea el truco, merecen realmente la pena.

Con respecto a lo de la Poesía de la vida, me da un poco de miedo... ¡Yo quiero leerme ese libro, qué demonios!