Banderas de nuestros padres es una película tan mala que ni siquiera merece la pena hablar de ella en términos cinematográficos. Hacía tiempo que no pagaba por una historia tan desordenada, tan mal contada, tan llena de agujeros, de errores, de gazapos, de tópicos y de recursos feos. En lugar de contar cómo está hecha, por tanto, voy a escribir este post número 100 de Sindrogámico sobre otros aspectos que me parecen más dignos de atención. Sí, habéis leído bien: dignos de atención. Porque aunque Clint Eastwood ha filmado un bodrio, es un bodrio que da que pensar. Banderas de nuestros padres es, de hecho, una de las películas más interesantes de la temporada. ¿Por qué? Muy sencillo. Porque ilustra a la perfección tres de las obsesiones del pueblo estadounidense: el culto a la bandera, el culto al héroe y –lo mejor de todo- el culto a lo desproporcionado.
(Continúa tras Leer más)
1-. La bandera. ¿Lo sabéis ya? La película cuenta la verdadera historia de esa foto tan famosa que todos hemos visto, ésa en la que cuatro o cinco soldados se esfuerzan por levantar una bandera gringa. Es una foto tremenda; una foto, según nos cuentan, “con la que se puede ganar una guerra”. ¿Y qué representa? Joder, vaya pregunta. Desde que el hombre es hombre, el que planta una bandera en un sitio es porque lo quiere para él, ¿no? Pues eso. La dichosa foto es la sublimación del colonialismo gringo. O, por ponernos un poco más simples, la sublimación de la bandera. Y que cada cual le atribuya al trapo de marras el significado que quiera, que a mí me importa un carajo. Lo que de verdad me importa, lo que yo quiero denunciar en este foro tan concurrido, es que Clint Eastwood nos ha engañado. Nos ha vendido la moto de que iba a ironizar sobre el infantil culto a las barras y estrellas, cuando la verdad es que ni siquiera él se ha resistido. Sí, es posible que el viejo y sucio Harry relativice un pelín sobre el desmadre banderillero de sus compatriotas, pero Banderas no deja de ser otro monumento al omnipresente pedazo de tela. Lo es desde el momento mismo en que tiene ese título y esa historia, pero también cuando Clint, astuto y sabio, subraya el famoso instante de la foto con una música digna del más llorón. ¡Ay, señores, qué rico puede ser el repertorio de trucos de un director! ¡Y qué traicionero! En cualquier caso, a mí no me molesta que este hombre nos dé gato por liebre. Todo lo contrario. El cabreo que se lo tomen los progres que siempre andan despotricando contra el Imperio, que yo estoy bien a gusto. En el fondo me fascina descubrir que hasta el más rojo de los gringos es incapaz de resistirse al respeto, la devoción, la atracción o lo que sea que la bandera de los cojones ejerce sobre su pueblo.
2-. El héroe. ¿Hace falta que os lo cuente? Banderas de nuestros padres es también la historia de los soldados que salieron en la foto. Sólo por haber estado en el lugar apropiado en el momento justo, los infelices pasaron de esquivar balas en mitad del Pacífico a esquivar cazadores de autógrafos en plena Quinta Avenida. Clint Eastwood es especialmente crudo al retratar el absurdo de este contraste. Es más: estoy convencido de que ése era su objetivo principal. Haciendo alarde de una asombrosa capacidad de reflexión, el viejo director llegó a la siguiente conclusión: la guerra es tan horrible que nadie puede ser considerado un héroe después de haberla ganado. Toma ya. Después de tanta perspicacia, ¿qué más se puede pedir? El mensaje de Banderas de nuestros padres es claro y contundente: el heroísmo no se basa en la victoria. ¿Y en qué se basa entonces, míster Eastwood? Pues en valores mucho más terrenales y cotidianos, como el sacrificio por tus compañeros o la lucha por la supervivencia; ya sabéis, esas cosas que nos dicta nuestro instinto. Hasta aquí todo bien, pero que nadie se engañe. Clint Eastwood sigue siendo un gringo de tomo y lomo porque no niega el heroísmo, sino que simplemente lo recoloca. ¿Comprendéis? Él no dice que no haya héroes, sino que los héroes no son los que pensamos. Y a mí me encanta que lo haga. Eso demuestra, una vez más, que ni siquiera él se puede sustraer a la pueril fascinación del héroe americano, el tipo corriente que lucha cada día por salir adelante. Estados Unidos tiene una cultura ridícula, pero tan sólida y coherente que me es imposible no admirarla.
3-. Lo desproporcionado. ¿Todavía no os habéis enterado? En realidad, Banderas de nuestros padres es la primera parte de un súper díptico sobre el absurdo de la guerra. El sabio Eastwood, siempre dispuesto a ilustrarnos sobre la vida, quiere demostrarnos que en toda contienda siempre hay dos bandos y que los dos podrían tener razón. Hasta aquí todo bien, pero… ¿qué fantástico recurso se le ha ocurrido para transmitirnos este sutil pensamiento? ¡Filmar dos veces la misma historia! ¡Una vez desde un lado del frente, y la otra desde enfrente! Cartas desde Iwo Jima, reciente ganadora del Globo de Oro a la mejor película extranjera (je, je), es a Banderas de nuestros padres lo mismo que la cara del Rey al uno de los Euros. O sea, todo lo contrario… pero casi igual. Y yo me muero de complacencia admirada. Los gringos son tan devotos de lo grande que les resulta imposible sintetizar. Las ideas (y los anuncios, y las campañas militares, y las tetas), cuanto más grandes, mejor. Estados Unidos se mueve en torno a tres palabras de tres letras: USA, SEX y BIG. Da igual que se trate de una hamburguesa o de la película del director más avanzado: todo tiene que ser a lo grande. De nuevo Clint Eastwood se muestra incapaz de esquivar el burdo americanismo que lleva en su código genético. Rodar dos superproducciones para ilustrar algo tan simple como que todo-el-mundo-tiene-un-motivo-para-ir-a-la-guerra me parece tan desproporcionadamente estúpido que me dan ganas de llorar de la emoción. Sobre todo cuando una de las dos películas está rodada en un idioma que el director no conocía. Es tan disparatado, tan inconcebible, tan gilipollas, tan ridículo… que sólo puedo rendirme y aplaudir. Ya he visto Banderas de nuestros padres, y estoy que me muero por ir a ver Cartas desde Iwo Jima. ¡Viva Clint Eastwood! ¡Viva Estados Unidos!
Leer Más